Con ocasión de mi participación en una tertulia sobre Cosme, novela de José Félix Fuenmayor, que tuvo lugar en días pasados en un recinto académico de la ciudad, releí este libro que el “Grand Old Man de Barranquilla” publicó en 1927. Y tal nueva lectura reavivó mi interés particular por un personaje secundario de esa obra, el misterioso novelista Remo Lungo, que aparece apenas en el capítulo 35 y desaparece por completo en cuanto éste termina, dejándonos con la quemante curiosidad de saber mucho más sobre él.

Remo Lungo (nombre y apellido de clara ascendencia romana) me resulta llamativo al menos por dos razones: 1) por su extraño carácter y condición; 2) por ser el autor de una supuesta novela que él mismo explica y describe con todo detalle a Cosme, el protagonista epónimo de la novela de Fuenmayor.

Lungo es una suerte de pícaro, de avivato, que al parecer vive en estado de indigencia y que se rebusca la vida embaucando a personas cándidas como Cosme, sobre todo para satisfacer su adicción etílica, selectivamente especializada en vinos. Lungo dispone de dos recursos que le facilitan sus trastadas y que usa bien como efectivos señuelos: por un lado, una indudable cultura literaria; y, por otro, una elocuencia seductora que le permite expresarse al modo de un antiguo gentilhombre. Pero, aunque los emplee como instrumentos de fraude, estos dos rasgos lo hacen justamente un personaje simpático y atractivo.

Lungo coincide por casualidad con Cosme en un solitario café y, gracias a los expedientes mencionados, lo aborda, se sienta a su mesa, lo enreda por largo rato con su labia opulenta y logra sacarle de gorra más de media docena de botellas de jerez y una gruesa suma de dinero. Pero en concreto el ardid de que se vale Lungo para timar al otro es el ofrecimiento de una novela cuyos originales encuadernados en “tapas grasientas” y amarrados “con un cordel negrecido” le muestra y le dedica a su paciente cordero, a quien él llama una y otra vez “joven Cosme, caballero Cosme”.

La novela de Remo Lungo (cuya inserción en la novela de Fuenmayor constituye una modalidad de puesta en abismo y le da a ésta el carácter de metaficción), al contrario de otros relatos que, como es frecuente en la literatura, se hallan también interpolados en novelas o cuentos que les sirven de contenedores, es algo más que una novela imaginaria –imaginaria en el sentido de que no existe en la vida real, sino sólo en la “realidad” de la ficción–: sencillamente es una novela inexistente.

En otros casos, en efecto, los libros de narrativa imaginarios existen en el mundo ficcional, de modo que conocemos sus títulos, sus argumentos, sus fechas y lugares de publicación, y hasta su recepción crítica, tal como ocurre, por ejemplo, con las novelas The god of the Labyrinth y April March, de Herbert Quain, enmarcadas en el cuento “Examen de la obra de Herbert Quain”, de Borges; y con la novela El país de nunca jamás, de Fanshawe, enmarcada en la novela La habitación cerrada, de Paul Auster.

La novela de Lungo, en cambio, no ha sido escrita, pues, como se descubre en el último capítulo de Cosme, el volumen de las “tapas grasientas” sólo contiene “tres calcetines agujereados y una camiseta deshilachada”. Ahora bien, el fraude de Lungo no es total: si bien no ha pergeñado una sola línea de su obra, sí tiene un proyecto claro de ella, que es el que le expone al “caballero Cosme” en el café mientras apura, una tras otra, varias botellas de vino. La novela de Lungo es, pues, en rigor, sólo una teoría o una doctrina de la novela que aún no ha sido ejecutada.

Hay que reconocer que es una teoría audaz, harto interesante, por lo que me gustaría comentarla aquí. Pero, primero, el espacio ya casi se me acaba y, segundo, prefiero que, para conocer esta matrioshka literaria, accedan directamente ustedes mismos a ella, tomando y abriendo para ello la matrioshka superior, lo que, por otra parte, les permitirá disfrutar de todo el resto de compensaciones que contiene Cosme, esa estupenda biografía de un corazón sencillo en la Barranquilla de los años 1920.