Conversar con ángeles es un privilegio que solía serles dado a profetas y místicos. Uno de estos últimos, por ejemplo, Emanuel Swedenborg, según recuerda Borges en “Otro poema de los dones”, “conversaba con los ángeles en las calles de Londres”. Pero la numinosa experiencia, en ocasiones, también se les concede a los poetas. Así, permítanme decirles que Rómulo Bustos, que acaba de ser exaltado con el Premio Nacional de Poesía 2019, conversa con ellos en tono familiar en la vecina Cartagena de Indias.

Y no sólo eso, que ya es mucho. Un ángel, nada menos que Gabriel, es quien le dicta su poesía (con lo cual Bustos, en materia de fuente de inspiración, prefiere remontarse mucho más allá de la tradición griega de las musas y acogerse a la de los seres celestes de la cultura judía). Además, él mismo siente o vislumbra que un otro yo angélico, triste, lo habita quizá desde siempre y es el responsable de su dulce sensibilidad. En general, los ángeles descienden hasta su casa a comer de los platos de la mesa y de los frutos del solitario camajorú del traspatio.

Esta multipresencia angélica no excluye al ángel rebelde. El poeta cartagenero no sólo describe su aparatosa caída de trapecista, sino que admite que lo lleva siempre junto a él, como una fiel contraparte cínica y burlona que lo induce a escarnecer a los santos y a cometer otras … diabluras.

Ese estar con el ángel y con el demonio parece tener su explicación en un poema del libro Sacrificiales (2004), “El arcángel”, en que san Miguel, en íntimo coloquio con el poeta, le confiesa con una expresión de orfandad que una “condición ontológica más terrible” que la de ángel es la de “Un ángel al que han separado de su demonio”, a continuación de lo cual agrega: “¿Ignorabas que eran las atroces alas del mal las que sostenían mi purísimo vuelo?”.

Pero no olvidemos que el libro antológico que, en concreto, ha premiado ahora el Ministerio de Cultura se titula De moscas y de ángeles (Pontificia Universidad Javeriana, 2018). Toca, pues, pasar a hablar de las moscas; mejor dicho, de los animales. Porque, en la obra del cartagenero, en cuanto a la fauna se refiere, no sólo figuran moscas, sino pájaros, peces, ciempiés, carroñeros, madreperlas, mantarrayas, garcetas, hormigas, saltamontes, arañas, tigres, gacelas, saínos, mariapalitos, mandriles, paco-pacos, serpientes de cascabel, cangrejos ermitaños… Su creación lírica puede funcionar como un estupendo tratado poético de zoología, que, incluso, no es ajeno al lenguaje científico: “… alguna diferencia va de la estructura de ADN / de la Musca doméstica / o de la Ceratitis capitata al homúnculus...” (“De moscas y de almas”). Y que a veces, por otra parte, adquiere la forma fabulística.

Bustos examina con meticulosa atención a cada animal y, complementando tal observación con datos que le proporciona la biología, describe con magia poética rasgos anatómicos, mecanismos fisiológicos, costumbres, hábitos de cacería. Al final, propone que en ello los animales nos reflejan a nosotros por alguno o varios aspectos.

“Es curioso que la voz de un animal esté en sus patas”, dice en un poema dedicado a “Un paco-paco”. Y el comienzo de este verso pudiera ser el de muchos otros: Es curioso que… Más interesante es saber... Rara costumbre la de… La actitud de Bustos es la de un tenaz, incansable contemplador cuya capacidad de fascinación ante los seres, objetos, hechos y fenómenos del mundo, desde los más colosales hasta los más minúsculos, se mantiene siempre intacta, como si su condición de criatura apenas recién llegada a la Tierra fuera perenne.

En suma, los temas de Bustos van desde los personajes clásicos de la cultura universal (de la mitología, la religión, la filosofía y la literatura) hasta las manifestaciones y experiencias más propias, las cuales a su vez incluyen vivencias infantiles, cotidianidad doméstica, elementos y creencias de la cultura popular, así como plantas, árboles y, por supuesto y sobre todo, animales.

Parafraseando a Nietzsche, su poesía es una cuerda tendida entre la mosca y el arcángel.

@JoacoMattosOmar