En una de las sesiones de la nutrida programación de la reciente edición del Carnaval Internacional de las Artes, conversé con el periodista Antonio Morales Riveira acerca de su padre, el novelista, cuentista y también periodista Próspero Morales Pradilla, a propósito del centenario del natalicio de este último –que se cumple este año– y de su estrecho vínculo con el grupo de Barranquilla, que, como se sabe, tuvo su más famoso rendez-vous en el establecimiento que, hoy como fundación cultural, organiza el mencionado certamen: La Cueva.

Morales Pradilla, si bien no fue exactamente quien acuñó la etiqueta “grupo de Barranquilla” (fue más bien su predeterminador), sí fue, sin discusión alguna, la primera figura pública que dio cuenta a Colombia de la existencia de este cenáculo literario y artístico. Lo hizo a través de un denso artículo publicado el 28 de noviembre de 1954 en el suplemento literario de El Tiempo, de Bogotá, que era a la sazón el principal diario nacional. Vale la pena examinarlo y formular alguna que otra glosa sobre él.

Escrito con motivo de la aparición en agosto de aquel año de Todos estábamos a la espera, la ópera prima de Álvaro Cepeda Samudio, editada en Barranquilla por la Librería Mundo, el artículo se titula “Barranquilla llega a las letras” y en él, para sustentar su tesis de tal “llegada” de la capital del Atlántico a la literatura nacional, Morales Pradilla parte de un marco conceptual, acaso discutible, según el cual se habían manifestado y desarrollado hasta entonces en varias ciudades y regiones de Colombia diferentes escuelas literarias representativas de aquéllas: la escuela antioqueña, la caldense, la payanesa, la bogotana, la santandereana e incluso la cartagenera –definida o liderada por Luis C. López–, entre tantas otras que el autor no menciona, según dice, para evitar ser prolijo.

Justamente, para el futuro autor de Los pecados de Inés de Hinojosa, Barranquilla registra su “matrícula” en el panorama literario colombiano gracias a “algunos jóvenes [que] resolvieron conversar, sin compromisos, sobre sus lecturas y sobre sus experiencias intelectuales”, y de quienes a renglón seguido indica que, pese a que hacían pensar “en un grupo bohemio”, no “concedían al alcohol prerrogativas de escuela”. Para a continuación precisar: “Además, todo aquello era transitorio. Lo fundamental consistía en el canje de sus experiencias como lectores y en el continuo abandono de las líneas literarias que entonces se acuñaban al sur de Barranquilla”.

Tal es la primicia que Morales Pradilla dio al país sobre el “grupo bohemio” de la capital del Atlántico que, un año después (el 21 de noviembre de 1955), Germán Vargas, en una nota encargada por la revista Semana, denominaría, ya con mayúsculas y entre comillas, “El Grupo de Barranquilla”.

Pero hay un detalle de gran relevancia en el artículo de Morales Pradilla. Si bien éste señala allí que “El modo barranquillero de escribir ha quedado protocolizado” con el libro de cuentos de Cepeda Samudio, hacia el final declara que, para él (“para quien escribe estas líneas”, dice), ese modo, ese sistema, como también lo llama, “tiene, hasta ahora, su mejor muestra en ‘Un día después del sábado’, donde Gabriel García Márquez comunicó al país una noticia importante: el ingreso de Barranquilla, como fenómeno singular, a las letras nacionales”.

Como ven, se trata, además de un juicio de valor estético que le da preeminencia al cuento de García Márquez, de la aseveración de que es esa pieza del cataqueño (que, cuatro meses atrás, el 30 de julio de 1954, Morales Pradilla había premiado en su condición de miembro del jurado del concurso de cuento convocado por la Asociación Nacional de Escritores y Artistas de Colombia) la que le da carta de naturaleza a Barranquilla en el conjunto de la literatura colombiana.

Simplemente, estoy poniendo en limpio las palabras de Morales Pradilla y de ninguna manera intento promover una disputa entre garciamarquistas y cepedistas, bandos que sé que no existen, pero… que los hay, los hay.

@Joaco MattosOmar