El pensador rumano (pero oficialmente apátrida) E.M. Cioran sufrió toda su larga vida de obsesiones, hastíos y abatimientos terribles que lo obligaban a quedarse durante días en cama sin hacer absolutamente nada. De ahí que en alguno de sus espléndidos textos fragmentarios, declara que tenía la necesidad de que alguien le “financiara” tales estados psíquicos, ya que eran incompatibles con la menor actividad productiva.
En el fondo, Cioran lo que reclamaba era un mecenas, dado que a la larga sus abismos metafísicos eran los que le proporcionaban el material que le servía para escribir sus libros.
Aptos o no para el mundo laboral puro y duro, los filósofos y los artistas en general siempre han requerido de estables períodos de ocio para crear sus obras. Ello ha sido así desde la antigüedad. Para ilustrarlo, basta acudir a los casos de dos de los más grandes filósofos de todos los tiempos, pertenecientes a ese período de la historia: Platón y Aristóteles. No es sólo que ninguno de los dos habría podido crear su sistema de pensamiento ni escribir sus libros si no hubieran tenido esclavos –como lo observó una vez George Steiner–, sino que ambos consideraban, como toda la sociedad griega de entonces, que toda actividad que no fuera de índole intelectual o sapiencial era una actividad vil, destinada sólo a los esclavos y a los extranjeros (bárbaros). ¿Y cuáles eran esas viles actividades? Nada menos que las agrícolas y manufactureras, esas que producían todo lo necesario para la subsistencia diaria, incluida la de ellos dos. Al respecto, señaló también Steiner: “La griega era una sociedad en la que una pequeña élite tenía tiempo para el pensamiento abstracto mientras sus sirvientes hacían los trabajos de la casa”.
Esta concepción griega –y luego también latina– la heredaría la Edad Media, que dividió el quehacer humano en dos campos: por un lado, las artes liberales –dentro de las cuales estaban las que practicaron Platón y Aristóteles–; y por el otro, las artes serviles, que eran los oficios manuales y mecánicos.
Ahora bien, como no todos los que se dedicaban a las artes liberales eran ricos ni propietarios de esclavos, se hizo necesario que ellos, en especial los artistas y los escritores, fueran patrocinados por los que tenían poder político y económico a fin de que pudieran disfrutar del tiempo libre, es decir, del ocio requerido para crear sus obras. Así surgieron los mecenas, palabra antonomástica que procede del gran protector de los poetas romano Cayo Mecenas, del siglo I a. C.
Todas estas consideraciones vienen a cuento a raíz de la cuarentena a que se halla sometida por estos días casi toda la población mundial, pues, como es el caso de Colombia en particular –al que me ciño–, la mayoría carecemos de los recursos económicos para financiar este ocio forzado, tal como le ocurría a Cioran.
Así que es preciso, como ya se ha planteado públicamente, que nos financien la cuarentena. De hecho, ello se está haciendo ya con la población vulnerable, con los residentes en los estratos bajos y con los comerciantes informales (¡la vasta comunidad del rebusque!), entre otros grupos sociales. Pero… ¡un momento, señores!: vulnerables somos también ahora los muchos que, perteneciendo a la clase media y pudiendo residir en un barrio de estrato 4 o 5, laboramos por cuenta propia ejerciendo las artes (hoy profesiones) liberales, incluidas las bellas artes. Igual nos quedamos sin empleo, nuestros exiguos ahorros se agotan y un creciente, alarmante vacío ya empieza a notarse en la nevera y en la alacena, con el agravante de que la cuarentena se prolongará acaso por bastante tiempo más.
Noble sombra de Mecenas, ¡intercede por nosotros!
@JoacoMattosOmar