Hay una faceta del modo de ser –¿de la identidad? – de la gente del Caribe que ha quedado evidenciada durante la pandemia de la COVID-19 y que indicaría una vez más que “el realismo mágico a la García Márquez”, para emplear la expresión del mexicano Jorge Volpi, es un procedimiento estético que, en efecto, tal como lo insistía el propio escritor colombiano, tiene una base exacta en la interpretación del mundo característica de la cultura de esta región de Colombia.

Hará ocho años, 12 periodistas de distintas partes de América Latina, invitados por la que entonces se llamaba Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), recorrieron concienzudamente Barranquilla y algunas poblaciones vecinas, durante cinco días, en busca de manifestaciones objetivas, tangibles, del realismo mágico macondiano. Pues bien: por estos días aciagos de peste, la tarea les habría resultado fácil.

En efecto, la manera en que alguna parte significativa de la población habitante de Barranquilla y de los municipios que conforman su aérea metropolitana ha reaccionado frente a la pandemia de la COVID-19 pareciera encajar con la visión y el patrón de comportamiento de los personajes de Cien años de soledad. Recordemos que, en esa gran novela, los hechos prodigiosos o sobrenaturales son asumidos y aceptados por los macondinos como fenómenos absolutamente normales y cotidianos, mientras que, por el contrario, los eventos y objetos que corresponden a las leyes de la naturaleza, así como a la técnica y a los principios científicos, son percibidos con el asombro y el desconcierto que suscita lo increíble.

Sólo para quienes no recuerdan los detalles de la novela, citaré unos cuantos ejemplos de lo anterior: por un lado, las esteras voladoras, la aparición diaria del fantasma de Prudencio Aguilar en la casa de los Buendía, la transformación de un hombre en víbora, la levitación del padre Nicanor Reyna y la ascensión al cielo de Remedios la bella, entre otros portentos, no suscitan la menor extrañeza; por otro lado, un simple bloque de hielo, un imán, un catalejo y una dentadura postiza provocan un pasmo de fascinación.

De un modo similar, en Barranquilla y sus alrededores, la gente suele armar revuelos de piedad ante la aparición de la imagen de la Virgen en los más diferentes lugares: en un muro, en un cielo raso, en una hoja de una mata de plátano; otros cuentan por la mañana que la noche anterior el médico venezolano José Gregorio Hernández, muerto ya hace cien años, le ha hecho una operación exitosa, sin ser visto, a algún familiar enfermo, lo que atrae a un gentío también devoto; una muchedumbre de feligreses se congrega con fervor histérico en las misas dominicales de un sacerdote en busca de la sanación de sus males, que, según aseguran, éste les proporciona mediante la imposición de manos; cientos de aficionados a la lotería y a los juegos de suerte y azar prueban fortuna con los números que identifican las tumbas de astros locales de la farándula recién fallecidos (un cantante de vallenato, un locutor de radio) y, al resultar ganadores –según hacen constar los operadores de esas casas de apuestas–, lo atribuyen a un acto de generosidad hecho desde el más allá por sus ídolos.

En cambio, por estos días y meses, esas mismas personas aseguran que el coronavirus causante de la pandemia de la COVID-19 no existe; que es pura mentira, como incluso lo pregonó un taxista a través de un letrero que exhibió por varios días en el vidrio panorámico trasero de su vehículo. El pasado jueves 18, cincuenta y cinco mototaxistas del contiguo municipio de Malambo, que dieron positivo en la prueba de COVID-19 que se les había practicado, se negaron a creer en dicho resultado y, en consecuencia, rehusaron aislarse, porque decían sentirse bien, pese a que los médicos les explicaron que uno de los rasgos característicos del SARS- CoV-2 es que, durante su período de incubación en el huésped, éste es asintomático. En dos ocasiones, haciendo fila delante de la caja de un supermercado, al reclamarle a la persona inmediatamente siguiente que no estaba guardando la distancia aconsejada, recibí la misma respuesta supersticiosa, la misma profesión de determinismo mágico (y en ambos casos se trataba de un tipo joven): “No le pare bolas a eso, que al que le va a dar, le da”.

Ahora bien, quiero que una cosa quede bien clara: la existencia en grado significativo de estas personas que son inocentes crédulos de lo milagroso y de lo improbable y, al mismo tiempo, incrédulos inocentes de la realidad empírica ampliamente certificada por la ciencia no constituye, desde luego, ni mucho menos, el único factor (ni siquiera el más relevante) que explica las consecuencias que la pandemia de la COVID-19 ha tenido en Barranquilla y el Atlántico, las cuales, en comparación con las registradas en el resto del país, han sido, como se sabe, verdaderamente catastróficas.

COLETILLA. Después de 15 años de estar publicando con una frecuencia quincenal esta columna en EL HERALDO, he tomado la decisión de suspenderla de manera indefinida. Es un ciclo que por ahora cierro. ¡Muchas gracias al periódico y a los lectores por su generosa hospitalidad!

@JoacoMattosOmar