Uno de los mejores libros de cuentos en lengua castellana, Confabulario (1952), de Juan José Arreola (1918-2001), se inicia con una breve pieza en la que aparece un ratón que proviene de un eminente linaje literario y que, por ésa y otras razones, ha dado bastante que hablar entre la crítica.

El ratón (“una tierna migaja de vida”, le llama el narrador) está unido por línea directa ascendiente a, entre otros antepasados de renombrada pluma, Félix María de Samaniego, español del siglo XVIII; Jean de La Fontaine, francés del siglo XVII; Horacio, el gran poeta latino del siglo I a. C., y Esopo, el fabulista griego de alrededor del siglo VI a. C., quien lo engendró. El título del cuento de Arreola, “Parturient montes”, junto con su epígrafe –que forman un continuum–, ponen de presente el vínculo con Horacio, pues citan el verso 139 de la Epístola a los Pisones en que éste menciona el roedor: “Parirán los montes; nacerá un ridículo ratón”. A los demás autores hace referencia implícita el texto del cuento en su primera línea, que ya nos habla del rumor según el cual el narrador protagonista –que es una especie de contador oral de historias– conoce “una nueva versión del parto de los montes”.

“El parto de los montes” es una fábula original de Esopo, que luego recrearon otros escritores, como los mencionados, sin apenas cambios en su trama: en un lugar muy lejano, los montes empezaron a dar señales de parto, mediante ruidos estruendosos, temblores de tierra y derrumbamientos de rocas y árboles, lo cual duró días y días; los campesinos temían el nacimiento de un monstruo espantoso; al final, sin embargo, el fruto del parto fue nada más que un mísero ratón. (Al citar su título en minúsculas y sin comillas, Arreola nos da a entender que la fábula, debido a la sucesivas apropiaciones que de ella hizo no sólo la literatura, sino diversas lenguas que la incorporaron a su caudal léxico, es menos una obra individual que una obra común de la tradición).

¿Qué es lo que se ha dicho sobre la presencia de este diminuto pero famoso ratón en el cuento arreoliano? Básicamente, dos cosas: por una parte, que ejemplifica el abundante recurso a la intertextualidad que es tan característico de la obra narrativa del autor nacido, señores, en Zapotlán el Grande; y por otra, que expresa la imposibilidad del escritor de alcanzar y materializar su ideal artístico, la imposibilidad de escribir a la altura de su deseo. El propio Arreola, en 1990, en una entrevista citada por el crítico mexicano Felipe Vázquez, señaló explícitamente esto último: “En ‘Parturient montes’ está el fin y me despedí de la literatura. (...) ¿Para qué escribo si no voy a proponer nada más que una criaturita de este tamaño [un ridículo ratón]?”.

Pero creo que hay algo que no se ha dicho y que, a mi juicio, resulta también relevante: “Parturient montes” puede leerse como un precursor del procedimiento mágico de “Continuidad de los parques”, el célebre cuento de Cortázar que es 12 años posterior al del mexicano. En efecto, como en el brevísimo texto del argentino, en el de Arreola se presenta ya también el fenómeno de la continuidad entre la ficción y la realidad, en el cual un objeto verbal deviene en entidad extralingüística. Ello ocurre en “Parturient montes” cuando, al aproximarse el desenlace de la versión de la fábula de marras que en plena calle ofrece el cuentacuentos, el ratón salta de su discurso narrativo a la realidad. Quienes integran su auditorio multitudinario se acercan al pequeño animal y “lo miran por todos lados, se cercioran de que respira y se mueve”, y felicitan al cuentacuentos.

Así, pues, el ridículo ratón que arrastra desde el remotísimo pasado el fardo de un significado peyorativo –el de ser esa nadería que no es condigna de su anuncio clamoroso– es reivindicado, quizá a su pesar, por Arreola, al convertirlo en instrumento de una valiosa innovación literaria.