Las protestas, que ya cumplen nueve días, han supuesto la confirmación de dos verdades incontrovertibles: que el gobierno no sirve y que la movilización social sirve parcialmente.

Lo primero es algo que se sabía desde el 7 de agosto del año pasado, incluso cuando algunos de los principales voceros del autodenominado “centro” manifestaron su esperanza en que el nuevo presidente traicionara a quienes lo habían conducido de la nada al poder y gobernara con sabiduría y sensatez, una pretensión ingenua, casi pueril, que parecía provenir del remordimiento tardío por haber contribuido -por omisión- con esa desacertada elección.

Lo segundo es de lo que hablaba aquí mismo en mi columna del viernes pasado: cambiar, lo que se dice cambiar, no es una tarea que estemos dispuestos a enfrentar con todas las letras. Los representantes del “Comité Nacional del Paro” -que no se sabe qué es ni a quién representa en realidad- redactaron un documento con 13 peticiones, una mezcla desordenada de asuntos que van desde el complejo cumplimiento del Acuerdo de Paz hasta el coyuntural desmonte del ESMAD. Da la sensación de que quienes fungen como los voceros del pueblo están tan confundidos como el gobierno con el que pretenden dialogar.

Este desorden temático de los protestantes ha sido aprovechado por la Casa de Nariño para responder con despropósitos como anunciar tres días sin IVA, delegar a la vicepresidente como vocera, reunirse primero con los empresarios y proponer el mes de marzo como punto de partida para comenzar las conversaciones.

¿Qué pasaría si, haciendo el uso más optimista de la suposición, el gobierno aceptara cumplir con las 13 demandas, si, por ejemplo, retirase el proyecto de reforma tributaria, ordenara no tramitar la reforma pensional y, por supuesto, acabara con el ESMAD? ¿Se acabarían todos nuestros problemas? ¿Dejaríamos en paz a nuestro pobre presidente? ¿Los voceros del Comité Nacional del Paro darían la orden de cesar los bloqueos y los cacerolazos?

Me temo que la vorágine de nuestra cotidianidad terminará imponiendo su rigor sobre quienes han visto en estas jornadas de movilización una oportunidad histórica para cambiar de fondo los males que nos corroen, y también, con más razón, sobre quienes suponen que todo pasa por revisar los términos de un proyecto de ley o de reasignar un presupuesto.

De todas maneras, así terminemos sustancialmente en lo mismo cuando el asunto del paro llegue a su fin, así esta manifestación social no suponga una revolución ni mucho menos, nos queda el consuelo de saber que cuando estemos listos, cuando no se nos ocurra crear el hashtag “#EstoyMamaoDelPAro”, cuando en verdad queramos cambiar de fondo nuestra consuetudinaria miseria, cuando sepamos todos por qué es que estamos protestando, la calle será el escenario principal para iniciar el camino hacia lo que aspiramos ser, no el único, no uno que se baste a sí mismo para marchar, agitar banderas, cantar, lanzar piedras o corretearnos los unos a los otros. Para cambiar, para cambiar las cosas de verdad.

A lo mejor en algunas décadas lo hagamos. A lo mejor.

@desdeelfrio