Hace falta echar mano del sentido común para mitigar los efectos mortales del COVID-19. Pero, no se trata de la falsa prudencia de quienes estiman conveniente tomar medidas poco a poco, con las urgencias del día, supuestamente para evitar el pánico colectivo y proteger la economía. Lo verdaderamente sensato es asumir al virus como lo que es: un asesino en masa que no debe ser menospreciado.
Está demostrado que las medidas de atenuación -cuarentena de personas identificadas como casos positivos y de sus familias, aislamiento de ancianos y de otras poblaciones vulnerables, etc.- no bastan. Es por eso que la OMS sigue recomendando estrategias de contención estricta: aislamiento total y obligatorio de toda la población, cierre de las fronteras -incluyendo las aéreas-, suspensión de clases en colegios y universidades, trabajo desde casa.
En los países en los cuales la pandemia se ha salido de control, las tácticas draconianas se implementaron tarde, debido a una mezcla entre los impertinentes llamados de los gobiernos a la prudencia mal entendida, y la irresponsabilidad colectiva reflejada en la gente que persistió en comportarse como si no estuviera pasando nada.
No sabemos cuántos infectados y muertos se hubiesen evitado si, en lugar de irse con cuidado, los gobiernos de Italia, España o Chile hubieran optado desde el principio por las medidas más severas. Pero, quienes seguimos creyendo que es más importante ahorrar vidas que dólares sabemos que en medio de una pandemia es mejor calcular las pérdidas en términos de seres humanos. Cualquier otra consideración puede ser necesaria o deseable, pero nunca prioritaria.
En un mundo perfecto, las decisiones podrían ser perfectas: salvar vidas sin tocar la economía; en el mundo real, las disposiciones tendrán que ser realistas: optar por la preservación de la salud pública asumiendo los costos sin ningún tipo de remordimiento.
En Colombia hemos visto cómo el Gobierno ha tenido que corregir, prácticamente todos los días, sus medidas para enfrentar la pandemia, todas ellas tardías, todas ellas insuficientes, muchas de ellas ignorantes de la experiencia mundial y de las recomendaciones de la comunidad científica, todas ellas pensadas para que “el país no se paralice” -como afirmó hace poco la ministra del Interior-. Ese temor a tomar decisiones inflexibles -que resulta curioso en una administración de derecha- nos ha podido hacer perder un tiempo valioso, pero, sobre todo, un número indeterminado de contagios, tratamientos y muertes.
Ante la dicotomía que parece preocupar tanto a la Casa de Nariño ya empezaron a contestar, con hechos, la mayoría de los mandatarios locales: si se trata de escoger entre paralizar el país para paralizar el virus, y porfiar en la tibieza de los “prudentes”, no se puede entrar en ningún limbo de dudas, consultas o reflexiones teóricas. Y esta es una respuesta que debe ser acompañada por toda la ciudadanía, si es que queremos salvaguardar lo más importante.
@desdeelfrio