Medio siglo es poco tiempo, apenas un pestañeo del inmenso universo. Pero, para los hombres, que somos criaturas condenadas a un pequeño instante de conciencia, cincuenta años son toda una vida. Por eso nos dejamos arrastrar por la tendencia a recordar cosas que sucedieron, no hace 49 ni 51 años, sino 50, que suena a cosa grande: la cifra redonda parece ennoblecer los acontecimientos con una importancia inusitada.

Hace 50 años, en el frio del invierno, Richard Nixon se posesionó como presidente de Estados

Unidos. Fue quien se inventó la guerra contra las drogas, y renunció a su cargo antes de ser despedido por el Congreso a causa del escándalo Watergate.

Diez días después, John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, tocaron juntos en público por última vez, en la terraza del edificio donde opera la disquera Abbey Road.

Más tarde, en julio, millones de personas en el mundo presenciaron en vivo la proeza tecnológica más importante de la historia: un ser humano caminando por el suelo polvoriento de la luna.

De vuelta en la tierra, el 9 de agosto, miembros de la “Familia Manson” asesinaron a cinco personas en una mansión de Los Ángeles; entre los muertos estaba la joven actriz Sharon Tate.

Las semana siguiente, cuando algunas de las victimas de la masacre aún no habían sido sepultadas, se daba inicio al Festival del Woodstock, el paradigma de la cultura contemporánea al cual asistieron 400 mil personas.

El 19 de noviembre, el mítico Maracaná fue el escenario soñado para el milésimo gol de Pelé, otra cifra redonda que consolidó la leyenda del mejor de todos los tiempos.

Y murieron Boris Karloff, Dwight D. Eisenhower, Rómulo Gallegos, Brian Jones, Rocky Marciano y Ho Chi Minh. Y nacieron Michael Schumacher, Marilyn Manson, Gabriel Batistuta, Javier Bardem, Cate Blanchett, Mariano Rivera y Faustino Asprilla.

En medio de estos ilustres acontencimientos, en punto del mediodía del 13 de agosto de ese año que parece tan lejano, comenzó también mi modesta existencia, que ha transcurrido, como todas, a fuerza de un número tan insignificante de pequeñas victorias y fracasos, que acaso alcanzan a poblar apenas un rincón perdido de la memoria.

Al repasar lo sucedido en el extravagante 1.969, es inevitable pensar en todas las casualidades que tuvieron que juntarse, desde el comienzo de los tiempos, para que esos hechos terminaran ocurriendo, y lo que tendrá que pasar en el futuro para que quienes vimos la luz hace medio siglo -con todo y nuestras pequeñas victorias y fracasos- seamos al fin olvidados.

@desdeelfrio