No fue muy difícil iniciar esta cadena de recuerdos, el mismo Adolfo, en una bella canción nos ilustra sobre su niñez y parte de esa juventud, siempre inquieta, siempre interrogativa, curiosa e insaciable hacia lo desconocido o por lo insospechado.
El bello rastro de “Mi Niñez”, tal y como lo plasmó hace unos años: “Según cuentan los anales, historia está que aprendí, en agosto recibí caricias maternales, para quitarme los males del pecado original. Nando Pereira, triunfal y Alicia Anillo Consuelo, a la iglesia de mi pueblo me fueron a bautizar. “Dice en sellado papel, yo reverendo Trujillo bauticé a un Pacheco Anillo, de nombre Adolfo Rafael. Como párroco doy fe, número y folio dan cuenta, renglón seguido comenta, que nació en hogar cristiano. Ocho de agosto del año mil novecientos cuarenta”.
Nace pues Adolfo, el 8 de agosto de 1940, que lo ubicaría con respecto a la fecha de mi nacimiento dos años y siete meses después; fuimos niños de la misma época, jóvenes en la continuidad de vidas paralelas, y ya viejos en muchas parrandas.
Dice en su Niñez, “Una catástrofe luego empañó el hogar sagrado, sin precisar la fecha…, tal fue el efímero registro del fallecimiento de su señora madre, pero era un niño menor que yo, y ante tal acontecimiento, el recordado profesor José Domingo Rodríguez, conocido como Pepe, dispuso que el colegio hiciera calle de honor desde la casa de Miguel Pacheco hasta la Iglesia, yo era a la sazón uno de los más altos junto con Carlos Barraza Alandete - el más inteligente del colegio – y recuerdo que quien se sentaba a mi lado era Ramón Vargas, nieto de una de las mejores fritangueras del pueblo, quien también hizo parte de esa calle de honor, traigo a colación a Toñito y Rafa Yaspe, Joche Anillo y tantos y tantos otros hasta donde mi memoria lo permite.
Hoy traigo ese momento triste porque mi lugar en la calle de honor fue precisamente dándole la espalda a una ventana de la habitaciòn de la fallecida Mercedes Anillo, esposa del Miguel Pacheco Blanco y madre de Adolfo Pacheco.
Inmenso dolor, en este enero para olvidar, porque la muerte de Adolfo Pacheco me obliga a recordar las innumerables vivencias con este paisano contemporáneo; de jóvenes él fue un fenómeno deportivo, ser lanzador y bateador ambidextro, en cambio yo su receptor, primer bate Joche Rodríguez, segundo Carlos Martínez, tercero Adolfo, el cuarto bate me correspondió, quinto Carlos Quiroz absurda y vilmente asesinado en terrible complejo de violencias regionales.
En la primera base Joche Anillo aquel que le regaló el “Mochuelo cogido en los Montes de Maria”. Historia hay, en tanto la memoria las retrotraiga. Ya famoso compositor, Adolfo, en cada parranda me llamaba para integrar el coro de sus innumerables canciones. Para eso, había que hacer crianza, veámoslo:
Siendo Teniente del Ejército en vacaciones en Barranquilla, mi hermano Alfredo, más conocido como El Conejo, fallecido hace un año aproximadamente y que se sabía y cantaba todos los vallenatos habidos y por haber, me invitó a que lo acompañara a un registro que hoy alcanza el honor de lo histórico.
Adolfo Pacheco le iba a dedicar a su padre una canción con motivo de su cumpleaños. Ya en el sitio del acontecimiento, estuvimos Ramiro Barraza, el negro José Maria Barraza hermano del anterior, Miguel Pacheco, dos hijas y su hijo Adolfo. Hoy el negro Barraza y quien esto relata, somos los sobrevivientes de ese día ya lejano.
Después de una par de cervezas, y la práctica de algunos sones por parte de Adolfo, esté le dijo a una de las hermanas, tráigase al viejo para acá, así se hizo y ya sentado en una silla, feliz en medio de familiares y amigos, Miguel Pacheco no tenía la más mínima idea de lo que se le venía encima.
“Padre esta canción que le dedico, lleva el agradecimiento de muchos años, espero que la disfrutes”: “Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad, el viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionado – ya unas lágrimas acariciaron la piel morena del padre entre sorprendido y agradecido. - “yo me desespero, y me da dolor porque la ciudad, tiene otro destino y tiene su mal para el provinciano, le queda el recuerdo perenne de una amistad, que labró en la tierra querida de sus paisanos – Ya no eran lágrimas, era llanto de ternura y emoción- “Ay a mi pueblo no lo llegó a cambiar ni por un imperio, yo vivo mejor llevando siempre vida sencilla, parece que Dios con el dedo oculto de su misterio, señalando fuera por el camino de la partida… primero se fue la vieja pa´ el cementerio, y ahora se va usted solito pa´ Barranquilla”.
Para quien esto escribe, es imposible desconectarse de la vivencia de niño en la calle de honor viendo sobrecogido, desfilar ante sí a la “vieja pa´ el cementerio”. Vivir el más antiguo de los recuerdos con la escuela pública haciendo calle de honor dándole la espalda a la progenitora de Adolfo y de Miguel Pacheco Anillo, alumno del colegio y compañero, travieso, sincero berrochón, quien falleciera hace rato, siendo bastante joven.
Adolfo caminaba lento y cavilaba… todo cuanto le rodeaba era motivo de inspiración y no se privó jamás de la tentación de crear versos maravillosos en cada una de su centenar de composiciones musicales. Si tenía algún tropiezo, levantaba su voz llena de armonía para levantarse erguido.
Una sola vez, fue incapaz de erguirse jubiloso cantando, fue ese día luctuoso del 19 de enero de 2023, en plena carretera, la misma vía, en la que dos décadas atrás se accidentó su compadre, paisano y cómplice musical, Andrés Landero, pero un poco más adelante en donde se accidentó varias décadas atrás, otra gloria musical sanjacintera, Eduardo Lora, a quien le cantara Andrés “él se mató fue en un jeep en la loma de la Venera, lo digo porque lo vi tendido en la carretera”.
Si bien, solamente abdicó el trono de su reinado, fue para para decirle a Lady, vengo a decirle me rindo majestad, Usted será la reina yo su vasallo, le entrego toda mi libertad. Buen intento, aunque dejando abierta la posibilidad de salir de ese tropezón. Porque un tropezón cualquiera da en la vida, pero se necesita un Adolfo Pacheco para levantar el pie y seguir andando, siempre que lo animara el tener la pretensión de no ser alguien del montón, disque le dieron ganas de rogar, al presumir haber cometido un gran error, por ello garantizó que no se cansaría de imitar a José María Barraza, quien hoy llora en Cartagena, como todos nosotros y a Ramón Vargas, que lo antecedió unos veinte años, para encontrarse en ese hogar que ha sido su ilusión.
Hoy estará animando una parranda celestial, quién sabe que le pedirán sus amigos músicos que le precedieron, Landero, Ramón, Diomedes, Rafa Orozco, y en larga cola tantos más, a lo mejor que cante su famosísima canción “La Hamaca Grande” que impactó para siempre en el festival vallenato, cuando Adolfo invitara a su compadre Ramón Vargas a llevar al Valle una bella serenata, o a lo mejor, que a los amigos del más allá, los lleve a una parranda a Gallobueno, eso sí, no invitar a Carmen García la esposa del alcalde José de Cruz Rodríguez.
Dios debió recibirlo gustoso de tener a un hombre que hizo cantar a un pueblo al son magistral de su música.