Aceptemos que el hecho de seguir comentando indefinidamente sobre el asunto del Ficbaq/Tarantino constituye de cierto modo un triunfo (insano) para sus organizadores. Es como si siguieran mamando gallo con nosotros.
De allí que no debamos prestarnos al juego, más que lo mero suficiente para sacar conclusiones y aprender las lecciones. Lo primero es que me parece muy veloz acusar a la prensa local de “falta de verificación” ante las circunstancias puntuales. Me explico: se debe saber cómo se trabaja el “free press”, o “difusión sin presupuesto” (sin publicidad paga, apenas por el mérito del propio hecho noticioso) para poder validar el (pre)juicio. Todo comienza con un “lobby” previo, una gestión, basada en la mutua confianza, en la que ambas partes pactan compartir el interés noticioso y validar su pertinencia para una agenda de medios. Entonces, el medio atiende al jefe(a) de prensa de una entidad (cultural en este caso, o de cualquier otro orden, privado o público) junto con un(a) representante (directivo o funcionario delegado para este fin) de la misma. Se abre una puerta cuyo picaporte está fundado en los antecedentes del evento, la entidad, los representantes y/o agentes partícipes y constructores de la noticia, y desde luego el medio en quien se decanta la grata responsabilidad de procesar la información.
Allí es donde toda suerte de preguntas y verificaciones inician. La primera es, naturalmente, sobre la verosimilitud de la noticia y desde luego si la trayectoria de los portadores no da para suponer la mentira, pues ellos confirman y explican la manera en que cumplirán con sus planes. Pongamos, por ejemplo, que el Ficci (que ayer culminó) informa: viene el actor, dos veces nominado al Oscar, Michael Shannon, como en efecto ocurrió. El solo boletín de prensa elaborado por los responsables es considerado una prenda de garantía cuyo sello y firma es nada menos que la imagen corporativa, ética y responsable, de un certamen de cuya buena fe no dudamos, so pena de creer que desean inmolarse ante la opinión pública. Si de allí en adelante cualquier email, llamada o contacto directo con los organizadores sigue confirmando lo inicialmente dicho, entonces estamos de acuerdo en que la “verificación” está hecha, es confiable, y que dicho boletín no es una suplantación irresponsable o vengativa de un asalariado al que le adeudan esta vida y la otra, al que además han despedido sin justa causa. Mejor dicho, si se confía en que la mitomanía (o la burlomanía) no integran al emisor, quien se ha tomado además el trabajo de convocar a una ronda de medios, uno por uno, para difundir la noticia, no podemos sino pensar en cómo haremos de aquí en adelante para afirmar, sin lugar a dudas, cómo le haremos para confiar cuando entidad alguna (con trayectoria y aparente respeto), tras años de intentarlo, reciba por fin una confirmación de algún Scorsese, Coppola, Spielberg o similar que diga “sí” a la invitación extendida.
Será que habrá que pedir: ¿declaración juramentada del invitado confirmando su presencia, notariada además? ¿original del tiquete comprado, del DNI o pasaporte del invitado? ¿acta de cámara de comercio con caducidad no superior a diez días con visto bueno de Policía, Contraloría y Procuraduría sobre los antecedentes “morales y éticos” del (los) involucrado(s) en cuestión? ¿será que debemos empezar por subestimar al emisor de la noticia pensando: “Qué va, ese tipo, o esta tipa, no está a tu alcance”?
En fin. En defensa del medio que me invitó a escribir sobre Tarantino, sólo diré que, por muy de carreras que haya sido la solicitud y la entrega del texto (bastante récord, para lo usual) la editora del espacio El Dominical siempre insistió en algo: “En el sumario, por favor, no coloques que él viene. Tengo el sinsabor de que si algo no va como debe, eso quede en el suplemento cultural. Limitémonos a que le rendirán homenaje, tributo”. Y a eso nos limitamos. Eso es lo que dice, exclusivamente, la edición impresa de El Dominical de EL HERALDO. Porque este cuerpo, cuyo fin siempre ha sido lo cultural y académico, no pretende la promoción a posta ni de eventos, ni de entidades, ni de particulares, sino el fortalecimiento de un tejido textual construido con base en hechos que generan la actualidad, a partir de los cuales se recrean otros contenidos, otras discusiones, otras miradas.
Si ya el daño venía elaborándose maliciosa y mamagallísticamente para victimar a las páginas de noticias, de este y de otros medios impresos, digitales, radiales y televisivos, mal por los confabuladores y por sus víctimas, que fuimos todos. Estemos o no en el periodismo. Porque el cine es una ilusión, es cierto. Pero otra cosa es mamar gallo. Y otra muy, pero muy diferente, es compararse con Orson Welles. Eso es tan vulgar que habla hasta del desconocimiento de un hecho histórico, porque Orson sí advirtió al iniciar la transmisión, con un sencillo preámbulo: “El Columbia Broadcasting System (CBS) presenta a Orson Welles y el Teatro Mercury del Aire en La Guerra de los Mundos, de H.G. Wells”.
Lo demás es historia sobre el poder de la radio y su moraleja es no agarrar ni película ni seriado ni tele ni radionovela cuando lleva —siquiera— cinco minutos de empezada. Pero tal argumento (la comparación con Welles) también habla de la megalomanía mal disfrazada de “buen humor” que esconden los artífices de esta picaresca. Y ya no por los cinéfilos ni por los periodistas, únicamente. Sino por los tiquetes comprados, reservas hoteleras e itinerarios de vuelo alterados para terminar descabezados, además, en el presupuesto. Ahora decimos que todo fue, como bien lo calificó la sabiduría popular, puro “Quentin”, pero con “C”. Pero hay quienes ríen menos, y quienes ríen más. La pregunta es quién ríe al último.
*Profesor y crítco de cine