El palo de ciruela de la casa de mi familia era grandísimo. Bajo su sombra jugábamos el pocotón de primos mientras que de los “anafes” salía el olor de deditos de Olaya fritándose, abanicados por las hermanas de mi abuela. Desde un mesón de cemento, Tutto, la menor, preparaba unos sanduchitos deliciosos en un pan blanco de molde suavecito que quedaba redondo porque lo cortaban con una lata pequeña de salchichas. Todo esto se vendía de manera exclusiva, los clientes llegaban alrededor de las cuatro de la tarde, entraban a la casona para recoger sus pedidos. Somos 24 nietos y a pesar de que algunos son buenos para la cocina esas recetas con todos sus secreticos nunca han podido ser igualados.

Recuerdo también estar sentada en la terraza de mi casa, esperando ansiosa un señor que parecía salido de un circo, llevando una especie de paraguas de madera repleto de unos dulces triangulares y largos de diferentes colores envueltos en papel celofán, se llamaban Pirulís. Nunca he vuelto a ver un pirulo desde entonces.

Tradiciones, oficios que se pierden, que quedan solo en la memoria de los que los vivimos. Quizás por eso la recuperación de oficios y lograr que estos sean reconocidos y avalados debe ser una prioridad en estos tiempos de pandemia, donde el tiempo al fin parece que sobrara.

Desde el carpintero en su taller haciendo maría palitos, el tejedor de mimbre voceando por las calles el arreglo del fondo de una mecedora, hasta las sillas “thonet”, miles de oficios donde, en el mejor de los casos, el conocimiento se trasmite a los familiares o unos pocos aprendices.

La educación hoy está centrada en una academia cada vez más exigente, especializada y costosa. La carrera de 5 años, el diplomado, el postgrado, que consumen ahorros de familias en aras de obtener ese título anhelado. El comité de la Unesco para salvaguardar el Patrimonio Cultural inmaterial, reunido en Colombia el pasado 12 de diciembre, declaró los oficios y saberes tradicionales del país como Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Es nuestro deber, entonces, cualificar los oficios, el conocimiento práctico de estos: en cocina, carpinteros, joyería, música; ¡que nuestros artesanos y emprendedores sean reconocidos, valorados y empoderados!

El fortalecimiento con maestros de esa cantidad de saberes, de esa creatividad que florece en todos los territorios de Colombia, pero sobre todo en nuestro Caribe y especialmente en mi Barranquilla, estoy segura que es la respuesta.

Como primicia para EL HERALDO les cuento que la forma más directa de fortalecimiento de los oficios promovidos por el Ministerio de Cultura es la impulsada por el Programa Nacional de Escuelas Taller que desde su inicio ha formado en Colombia cerca de 30 mil jóvenes en programas técnicos laborales, como construcción artesanal, cocina regional, forja, carpintería, tejidos, filigrana, entre otros, y pronto tendremos estas escuelas funcionando nada menos que en puerto Colombia y Barranquilla.

Y yo quiero, me muero, por volver a saborear ese Pirulí que tenía varios sabores y colores, como el de arco iris que era mi favorito.