Colombia es un país de regiones, multicultural, con una enorme diversidad tanto por su localización como por su geografía y por el alma de su gente. Por la manera en que nuestros abuelos y tatarabuelos fueron ocupando el territorio y transformándolo en diferentes grados y maneras. Como dicen los académicos, Colombia es un país “donde la fortaleza de nuestras identidades culturales es latente, donde la belleza del paisaje varía desde las frondosas selvas del Amazonas, hasta nuestros mares Caribe y Pacífico; o el famoso paisaje cultural cafetero reconocido por la Unesco como Patrimonio Mundial en 2011.
Sin embargo, la respuesta a la vivienda digna a que todos los colombianos tienen derecho; hasta el momento no ha diferenciado ni el clima, ni los materiales, ni las costumbres de cada región. El ladrillo, el concreto y el asbesto son los elementos fundamentales y repetitivos en la mayoría de proyectos de vivienda de interés social (VIS). Salvo muy contadas excepciones, los espacios habitables propuestos en el campo, en la ciudad o incluso en un centro histórico son los mismos. Por eso, lo que se está debatiendo en estos días en el Congreso partirá en dos la historia de la vivienda en Colombia: El concepto de vivienda de interés cultural
¡Al fin! ¡Una vivienda con Alma! donde se pueda construir utilizando el bahareque, la guadua, la palma, la tapia pisada, la madera con esos colores fantásticos de las casas isleñas, donde la comunidad pueda participar directamente en el proceso. Ellos son los que mejor conocen sus territorios, sus materiales, sus problemas y fortalezas. Una vivienda de interés social donde se pueda contar con la ayuda de los jóvenes aprendices de oficios ancestrales; En ese programa maravilloso llamado "Escuelas Taller” y que existe en Colombia desde hace más de 20 años, y pronto tendremos en Barranquilla y Puerto Colombia.
La Vivienda de Interés Cultural, VIC, es una vivienda que reconoce la sabiduría de nuestros ancestros, sus conocimientos, su experiencia en las técnicas constructivas más apropiadas a cada territorio y las formas de cooperación, entre la familia y entre las comunidades. Reconoce el valor no solo histórico, sino también todo el potencial de las técnicas constructivas en temas climáticos y estructurales.
Imagino por fin esa casita soñada, anhelada por tanto tiempo, en municipios como Usiacurí, Ponedera, Galapa o en esos sitios mágicos que mi hermano Francisco describe en sus paseos por el atlántico como “de pozos y casitas de bahareque, donde el paisaje natural fresco y lleno de verde ganaría cualquier concurso de urbanismo.” La imagino con ventanas de colores, con terraza para poner las mecedoras, con combinación de colores fantásticos, como las capas de congos de nuestro Carnaval; Y lo más importante, con el apoyo y seguimiento del futuro propietario o propietaria, que estoy segura saben más lo que les conviene y de qué manera lo quieren, con un precio seguro que alcanzará para que más y más colombianos puedan tener esa casa que todos tenemos derecho a poseer.
Nota: Gracias a Erika Fontalvo por brindarme este espacio y a mi hijo Matías que hace posible que mi torbellino de ideas tome forme y sea legible.