En ocasiones prefiero no leer ni ver noticias que duelen, irritan, asustan, que me intranquilizan y me quitan el sueño. Para el lado que se mire –con mayor o menor intensidad–, el conflicto está ahí.
No solo las noticias dan cuenta de nuestra difícil convivencia. Cuando se ha tenido la oportunidad de asumir responsabilidad sobre otros, nos percatamos de que gran parte de nuestro tiempo lo gastamos solucionando conflictos. Los padres arreglando las peleas entre sus hijos. Los educadores, los de sus alumnos. El gerente, los de la empresa y reduciendo tensiones entre sus empleados. Incluso entre parejas que se aman, muchas viven en constantes discusiones y peleas. Y para no variar –en estos días de elecciones presidenciales–, los candidatos que mejor opción tienen en las encuestas son los que sobre todo estimulan el conflicto.
¿Por qué es tan difícil convivir, y por qué el conflicto surge con tanta facilidad? La respuesta es simple: la agresión está en nuestra naturaleza, en cambio la convivencia no es natural, es una construcción social.
El constructivismo nos enseña que todos somos diferentes y, por tanto, tenemos intereses diferentes, y el conflicto emerge ante la diferencia de intereses. Todo interés en su origen tiene una base egoísta. El egoísmo es una condición natural vinculada a la supervivencia de la especie, por eso la vida privada, económica, política es una competencia de intereses. El desinterés no existe naturalmente: la cultura es el único medicamento que nos puede volver menos animales y más humanos, para poder tener la capacidad de postergar el interés personal en beneficio del interés general.
El hecho de que los seres humanos vivamos juntos es, principalmente, por conveniencia. Para sobrevivir nos necesitamos, pero la forma de actuar en conjunto es construida: debe ser enseñada y debe ser aprendida. Por estos días, mi esposa y yo hemos cumplido 45 años de casados, y cada día ha sido un aprendizaje. Creo que hemos vivido muchos momentos felices, pero no podría darle un consejo a nadie porque el mundo de la vida que cada pareja construye es único. Y gran parte de la felicidad está asociada al modelo de convivencia que se concibe.
Creo que uno de los grandes desafíos del país es construir nuevas formas de convivencia desde la familia, la comunidad local y desde la gobernabilidad política nacional. Un importante estudio realizado con el auspicio de Colciencias muestra que los colombianos tienen una elevada racionalidad individual, pero una baja racionalidad colectiva. Es decir, no hemos podido construir un modelo de vida donde seamos capaces de postergar parte de nuestros intereses personales buscando el bien común.
La economía es importante, pero no es todo. Grandes potencias económicas ven –impotentes– cómo su juventud se desintegra con el consumo creciente de drogas. O cómo se enloquecen ocasionando asesinatos múltiples e indiscriminados.
Con más de cincuenta años de conflicto armado y de narcotráfico, Colombia ha dejado unas profundas heridas difíciles de borrar. Quizás construyendo nuevas formas de convivencia social aprendamos lo maravilloso que es vivir en paz.
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