No está clara la función que desempeñan los observadores de la ONU que verifican el cese del fuego y hostilidades y la dejación de armas.
Uno ve a los funcionarios de la oficina de la ONU en Colombia confusos y vacilantes. Apenas si musitan ante el escándalo del baile de fin de año: “Este comportamiento es inapropiado y no refleja los valores de profesionalismo e imparcialidad de la misión”. No parecen creer lo que dicen porque están calificando con solemnidad postiza un baile.
La misión no ha sido complaciente con el uso de las armas guerrilleras; ni ha mirado al otro lado en alguna agresión contra la población o las fuerzas de seguridad. Nada de eso ha ocurrido, simplemente unos funcionarios bailaron con unas guerrilleras.
De las decenas de columnas de fin de año sobre el tema, destaco las explicaciones que allí aparecen: “¿es una reacción inducida por el síndrome del enemigo?” Esta expresión se lee en los estudios de los doctores Kurt y Katy Spillman y se refiere al estado enfermizo de quienes ven en el enemigo la encarnación del mal y proclaman como aplicación práctica: “nada con el enemigo”. Que es lo que han afirmado algunos columnistas: “Es intolerable un baile con terroristas”, “se trata de una agresión a las víctimas”.
La que fue una fiesta familiar de guerrilleros en Murindó, ese síndrome del enemigo la convirtió en “or gía y rapto de menores”. Escaparon al síndrome los columnistas que preguntaron “¿habrá algo más positivo, importante, alentador y emocionante que esta celebración en que malos y buenos se pueden mirar cara a cara, darse la mano y bailar para festejar una nueva etapa de sus vidas?” “Generar confianza no es una mala idea”.
También se explicó el escándalo diciendo: “tantos años de satanizar a la guerrilla surtieron efecto”. Y según otro comentarista: “es la manifestación patológica de que somos un país enfermo mentalmente”.
“¿Dónde empieza la reconciliación?”, pregunta con amargura una columnista. “Si los siguen tratando como gangrena, ¿dónde está el perdón?”
El hecho de que estas preguntas se estén haciendo es el efecto positivo del escándalo, que no es fácil de explicar, como lo debió sentir el editorialista que resultó bailando la cuerda floja en su intento de ofrecer una opinión equilibrada. Avanza el bailarín cuando ve como una exageración las dudas sobre la imparcialidad de la ONU y la atribuye a un afán de aprovechar políticamente el episodio. Son actividades a las que tiene derecho cualquiera persona, es otro paso adelante, igual que la afirmación sobre las exageraciones de la prensa; pero llega la contradanza: es un motivo para dudar; a los guerrilleros no deben verlos como amigos; son actos que generan intranquilidad.
En ese editorial se ve una danza muy a la colombiana, del sí pero no, de un paso adelante y otro atrás.
Que la ONU se asuste y destituya a los tres observadores; que la Cancillería pida correctivos es lo menos importante; sí lo es que con este incidente se ha puesto en evidencia nuestra dificultad para aceptar al otro y para armonizar con él. Que es lo que sucede en cualquier baile digno de ese nombre. Conclusión: Colombia necesita aprender a bailar sin perder el paso.
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@JaDaRestrepo