En cifras, en Barranquilla tenemos ya casi mil pelaos menores de 18 años que han sido llevados a juicio este año y el 40 por ciento de ellos son reincidentes. La estadística la expuso Margarita Cabello, ministra del ramo, justo aquí, en importante reunión sobre una nueva forma de administrar justicia. Lo primero que viene a la cabeza es una interrogación: ¿por qué existe tal cantidad de niños que han hecho del delito su norte y asolan en pandillas casi todos los barrios de la ciudad?

No es que hayan nacido con un estigma maligno ni que todos provengan de hogares disfuncionales (que abundan): el proceso comienza en la escuela, cuando no logran captar las explicaciones de los maestros y éstos los señalan como desordenados y faltos de interés y los proscriben exigiendo que ocupen la primera fila de pupitres o los sacan del aula (antiguamente les ponían orejas de burro y los exhibían en los recreos). Cualquiera de esas dos posiciones es aterradora: la exposición y el rechazo públicos causan un herida profunda en aquellos que sin comprender qué es lo que les sucede aprenden abruptamente que son diferentes y que esa diferencia es un lastre que los aísla del resto de sus compañeros de clase. Luego, en los recreos y las actividades complementarias viene el matoneo de sus compañeros que, como niños al fin y al cabo, alcanzan niveles muy altos de crueldad y los apartan porque, por ejemplo, no tienen la concentración necesaria para los juegos de mesa o se tornan muy violentos cuando practican deportes donde hay contacto físico.

Ante esa situación, que se complementa con la actitud familiar que cierra filas al lado de los maestros porque son más ignorantes que éstos sobre lo que a su hijo sucede, los pelaos (en su mayoría varones) caen en la deserción escolar e inmediatamente son captados por las bandas delincuenciales donde encuentran el respeto y la solidaridad nunca recibida en casa ni en la escuela y donde su condición no es óbice para formar parte y ser tenidos en cuenta. Hablo de algo muy común en nuestra población en todos los estratos socioeconómicos: el déficit de atención, una condición que no es enfermedad mental, que descubierta tempranamente puede ser tratada con droga bajo vigilancia de profesionales de la psiquiatría, dedicación especial de los profesores y tiempo extra para que puedan acometer su cotidiana tarea de estudiantes y, clave, el apoyo de la familia para que esos niños completen su educación y encuentren el camino para salir adelante y convertirse en adultos con una vida sana. Pero no existe ese acompañamiento ni ese cuidado en la mayoría de los centros educativos públicos (y dudo que en los privados)porque no está en la agenda de los políticos que nombran en las dependencias del ramo a cualquier recomendado por quienes pagaron la campaña o como premio para aquellos que se deslomaron buscando votos. Pobres víctimas del déficit de atención a quienes solo les dejan como salida la delincuencia.

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