Si una de cada cuatro personas en el mundo sufre o habrá de sufrir una condición mental que causa mucho dolor psicológico –son muchas, variopintas y distantes de la locura– con la que tiene que lidiar el resto de la vida, la humanidad funciona al revés y la sociedad como grupo donde nos relacionamos es tremendamente injusta, comenzando por el núcleo familiar porque hay muchos casos donde aún estigmatizan “queriendo hacer lo mejor” al miembro que infelizmente nace con una mente diferente: se suben a la negación rotunda y lo presionan para que sea “normal” con comportamientos considerados socialmente aceptables o lo apartan “para que no lo hieran” y le condenan a una vida en solitario y, más duro aún, se empeñan en normalizarlo con frases retadoras para que reaccione o lo sacan de su espacio físico protector cuando tiene un ataque de pánico y solo necesita atención y cobijo amoroso y tierno mientras pasa la horrible angustia disparada de no se sabe dónde ni por qué o quieren controlar a quien es obsesivo como Greta Thunberg la adolescente que tiene a los gobernantes del mundo hablando del cambio climático gracias a su condición de Asperger. Pero no todos quienes nacen con alguna de las variantes del autismo tienen la suerte de ella o de Leo Messi. La mayoría cae como una bomba atómica en el medio familiar y muchos hogares se desbaratan porque los padres se señalan unos a otros como culpables del “desastre”.

En otras familias, gracias al Universo y al sentido común, se detecta pronto que algo funciona diferente en ese miembro y buscan ayuda profesional inmediata.

Pero como digo con base en estadísticas mundiales, si una de cuatro personas es o será víctima de una condición psicológica diferente a la supuesta normalidad, el Estado y la sociedad tendrían que estar equipados para atender y solucionar el problema de un 25 por ciento de la población y evitar que cada 40 segundos una persona se quite la vida porque ya no soporta el dolor que le causa el pensamiento tóxico que le estimulan sensaciones corporales como movimientos involuntarios, palpitaciones aceleradas, bombeo de adrenalina en la sangre, dificultad para respirar, visión nublada, audición trastornada, imposibilidad de articular palabra, miedo profundo, adormecimiento del cuerpo o calambres, espasmos musculares y enronchamiento. (Solo para enumerar algunas).

Es que cuando el individuo no recibe atención profesional y medicación para estabilizar los disparos innecesarios de las hormonas defensivas y la reducción casi total de las hormonas del placer está condenado a una vida miserable y la muerte se presenta como la gran solución. Miren con mucha atención y ternura a los de su entorno directo y si notan algo que les parece distinto del comportamiento aceptado como normal, no sientan vergüenza ni miedo solo busquen ayuda externa profesional: será en beneficio de todos.

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