Estaba viendo muy emocionada y feliz un video de la protesta de las mujeres chilenas en contra del feminicidio, la violación y la forma machista como los jueces actúan en los casos de delitos de género, porque a pesar del tema tan fuerte y doloroso ellas, muy jóvenes, organizaron una marcha pacífica pero con el poder de una carga de TNT. Vestidas de colorines, minifalda, vestidos ceñidos y escotados, medias de vedete de cabaret y con una venda negra sobre los ojos, caminaron el centro de Santiago, la capital de Chile, y esto gritaban en perfecta formación de escuadra: “Y nuestro castigo es la violencia que no ves/ el patriarcado es un juez que nos juzga por nacer/ y nuestro castigo es la violencia que ya ves:/ es femicidio/ impunidad para mi asesino/ es la desaparición/ es la violación. Coro: Y la culpa no era mía, ni donde estaba ni cómo vestía. El violador eres tú/ Son los pacos (policías)/ son los jueces/ el Estado/ el presidente/ El estado opresor es un macho violador”.
Digo que estaba feliz observando la exactitud de su desfile, la voz tronante con que acusaban al sistema, la forma sensual de mover sus cuerpos, y me decía que era maravillosa esa manera de reclamar nuestros derechos y que ojalá las imitáramos en el mundo entero, porque el feminicidio es endémico en todas las sociedades del planeta. Y en ese instante me llegó EL HERALDO que traía la crónica de un feminicidio: Darley María Guzmán Perez, cayó en razón de ser mujer y la redactora consigna, “la inspección del cadáver se había convertido en un espectáculo para los habitantes del barrio La Magdalena”. ¿Qué horror de vecindario, cómo un asesinato puede producir risas y comentarios jocosos entre quienes presencian una diligencia policial?
Esa asquerosa reacción frente al cuerpo de una mujer abaleada solo puede surgir de lo que los investigadores sociales definen como anomia social, que es el deterioro feroz de la calidad humana por la ausencia de derechos y la transformación de los valores en antivalores. O sea, el lumpen apoderado de las costumbres arrasa con la decencia mínima que se requiere para considerar persona a un individuo y no un objeto. Aquellos que hicieron mofa y chacoteo del vil asesinato de Darley María Guzmán Perez, merecen más cárcel que quien apretó el gatillo, producen asco, son equivalentes a la hez de perros callejeros. Esa actitud, subrayada dos veces en la crónica, indica que debió ser todo una algarabía de apuntes jocosos, solo porque era mujer. Si hubiese sido un varón ninguno se habría permitido esa violencia contra el cadáver. Creo que las mujeres tenemos que irnos a las calles y mantener la protesta viva hasta que los machos se contengan y dejen de poner su honor sobre nuestros cuerpos.
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