Llevo un semestre moviéndome por Puerto Colombia y Salgar siempre en busca del mar y enamorada de este trozo del litoral Caribe donde los acantilados ceden espacio a pequeñas calas o reciben orgullosos los embates del océano que ya tiene sus olas altas, fuertes y asustadoras para el bañista pero que son el sueño de nuestros surfistas.

En verdad es muy particular ver al pueblo de Salgar enganchado en la montaña como un pesebre mientras Sabanilla se aprieta contra la falda de la colina y ofrece playas largas y amplias salpicadas de espolones. No menos sorprendente por su belleza es la panorámica de Puerto Colombia que se extiende luego de una curva por la vieja carretera que baja hacia el sector de Pradomar, enmarcada por la continuación del acantilado donde se aprietan hermosas y lujosas casas que poseen una vista de 180 grados sobre nuestro hermoso mar Caribe. Es otro pesebre arañando la montaña y como si fuera la aguja del tiempo señalándolo está el trozo de muelle menospreciado que ha quedado casi destruido por acción de Yemayá y una infeliz retroexcavadora.

Son poblaciones con personalidad que han resistido la voracidad de quienes solo las consideran una cantera económica y no respetan el valor histórico ni la belleza de la geografía. Lo afirmo porque se anuncia la construcción de dos edificios de lujo de gran altura y numerosos apartamentos: uno en Pradomar y el otro en Sabanilla en el bello bolsillo que está al pie de la sede campestre del Country Club. Ambos a borde de playa.

Entiendo que si ya hay vallas, avisos en los periódicos y reuniones de socialización con la comunidad que se verá directamente afectada, van porque van, como gustan afirmar los funcionarios nuestros cuando encuentran oposición a sus ideas de desarrollo que tristemente suelen ir en contravía de la protección de la cultura. Y estos dos proyectos arquitectónicos de estrato diez, van a reventar el paisaje, congestionar la movilidad, saturar el alcantarillado inconcluso e insuficiente y convertirán en un caos lo que hasta ahora sigue siendo un paraiso, a pesar de que el agua potable no es permanente (hay barrios donde solo pueden recogerla en la madrugada), la energía se cae a ratos y no hay espacio para que circulen los vehículos que ya existen en terrible cruce con una nube de motos (el nuevo carro del colombiano).

Y entonces surgen las preguntas del millón de dólares: ¿existe un POT que permita edificaciones de más de cuatro pisos a orillas del mar? ¿A qué alcalde se le ocurrió modificar una medida de sentido común para dar paso a estrafalarias edificaciones sobre las playas populares? ¿El turismo de olla, gritón y alegre de los domingos, a dónde tendrá que ir si esas edificiones privatizan la playa que “les corresponde” en Puerto Colombia y en Sabanilla? Ahí se las dejo.

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