Bien desearía escribir algo divertido que según el exgobernador Verano, son mis mejores artículos, pero tocará hacer risas de los moretones, fracturas y dolorosas contracciones que sufrimos en forma constante los transeúntes, los de a pie, en las aceras o andenes de la ciudad que nunca han sido tenidos en cuenta como el único espacio con que cuenta la mayoría para transitar con seguridad por las calles (cuando no están tuquios de carros). Solo cuando hay ampliación y renovación de vías los incluyen en las millonarias contrataciones y, sin embargo, casi siempre terminan siendo hechos de pacotilla y no resisten ni a la inauguración de la obra, porque mochan cintas y paran el tráfico, pero plantados en la mitad de la calle.

En el resto de esta bella villa, por el andén se reconoce la falta de sentido de pertenencia a una sociedad, a una comunidad, a un barrio, a una cuadra: ante la ausencia estatal, cada quien diseña su propio frente siguiendo el estilo de su vivienda o edificio, con lo cual poseemos la más amplia gama de materiales y colores en forma escalonada, o sea, nisiquiera usan el sentido común para colocar su tableta, baldosa, ladrillo o plantilla de cemento a la misma altura que tienen sus vecinos, lo que trae como consecuencia una serie de tropezones de hasta cinco centímetros de diferencia donde quien camine admirando la florecencia de los árboles invariablemente dejará la punta del dedo gordo de un pie y enseguida aterrizará boca abajo. Si tiene suerte, luxación de tobillo, rodillas negras, manos raspadas y contractura muscular del pecho gracias al desafortunado esfuerzo que se hace para no caer como papaya madura que es lo deseable y menos doloroso.

No falta desde luego la bendita costumbre de lavar la terraza y el andén con buen jabón y dejar que éste último se seque cuando sople brisa y entonces hay que sumar a las contusiones simples, fractura de dedos y mano, tibia, peroné, costillas y como es posible el resbalón al mejor estilo de Condorito yéndose para atrás reciben tremendo porrazo en la cabeza, muchas veces con conmoción cerebral, desmigajada del coxis y rotura de cadera. ¡Es que el barranquillero es muy aseado (limpia mi casa, chiquero en andén) y tiene elevadísimo sentido de pertenencia! Y sobre todo, es apasionado del cemento.

Estoy escribiendo con conocimiento de causa: me fui de jeta en la calle 70 entre 54 y 53 y alcancé a extender los brazos, levantar la cabeza y soltar el cuerpo, pero el magullón general me duro varias semanas. He tropezado mil veces en esos mini resaltos dejados por el imbécil que arregló la acera, he patinado en la tableta de ladrillo cocido muy brillante que cuando cae una llovizna se convierte en una superficie de deslizamiento rápido. Se me ha torcido un pie en los andenes llenos de huecos y conozco a varias que disfrutaron el fin de año operadas, enyesadas o amoratadas por accidentes en aceras. La vaina es que los funcionarios andan en cuatro puertas, los bajan en la mera puerta del sitio que visitan y solo caminan calle cuando van a cortar cinta.

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