Los resultados del censo 2018 que acaba de publicar el DANE llegan a confirmar lo que venimos afirmando hace mucho años las personas que trabajamos con las mujeres que viven en la mayor desigualdad social y las que son maltratadas así provengan del estrato seis: aunque cada vez están mucho más preparadas escolarmente que ellos y no existe la paridad salarial, sin embargo cada año aumenta en forma exponencial el número de féminas cabezas de hogar. Si en 2005 marcábamos el 29.9 por ciento en esa posición para 2018 aumentamos al 40.7 por ciento, lo que indica que es cierto que nos estamos empoderando a un ritmo imparable pero también que las parejas se están reventando mucho más rápido de lo que se veía en el siglo pasado.

Recientemente EL HERALDO dedicó una página completa con llamado en primera, al análisis de qué está sucediendo con las parejas de todas las edades y el resultado es llamativo: las personas definidas como mileniales que no sobrepasan los 40 años, se casan un poco más tarde pero sus uniones son más paritarias, la individualidad se respeta más y se separan mucho menos que los que los llamados “baby boomers” o nacidos después de la Segunda Guerra Mundial y hasta mediados de los años sesenta, cuyas mujeres después de más de 20 años al lado del marido se están decidiendo por el sosiego y la libertad porque no aguantan más maltrato sicológico y/o físico: se han hecho autosuficientes económicamente. Ya sea como profesionales, artesanas o microempresarias, nosotras hemos dado un salto cuántico para empoderarnos como personas de valía y exigimos que los maridos respeten nuestra vida propia e independiente y la práctica de la horizontalidad en la toma de decisiones al interior de la familia.

Sí, la clave es abandonar el estatus de mantenidas, truco que tradicionalmente han utilizado los señores para someter a su mandato y caprichos a aquella que se encarga de lo doméstico, la educación de los hijos y muchas veces también empuja en el negocio de ellos. Para comenzar, las labores domésticas no son inherentes al sexo femenino, son pesadas, exigen largas jornadas y mucha atención, pero cuando realizadas por la señora de casa no son reconocidas como un cipote aporte al sostenimiento del hogar en todos los aspectos posibles, mientras que, por fortuna, las empleadas domésticas recibieron reconocimiento laboral con una ley que las cobija, regula y defiende. Pero, además, a ellas no les corresponde “servir” a la rijosidad del señor como a la esposa, a quien suelen tener convertida en alce montañés con una cornamenta ramificada: la infidelidad está acabando parejas de muchísimos años. Por eso las mujeres imitan a Frida Kahlo, la pintora icónica de México, feminista a ultranza, quien dedicó este poema al genial muralista Diego Rivera, su esposo: Yo le duro lo que usted me cuide, yo le hablo como usted me trate y le creo lo que usted me demuestre.

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