Siempre he dicho –y lo repito– que cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Y si su viaje es por la vía del asesinato aleve, a sangre fría y anunciado, nunca te conformas, lo mencionas permanentemente con los que compartieron esa amistad, sueñas con él, lo ves en sus hermanos y en sus padres. Eso me viene pasando hace 15 años desde que Alfredo Correa de Andréis fue abaleado en Barranquilla. No hacía ni una semana le habíamos hecho una encerrona de amor, con tiquetes a Canadá listos, para que huyera antes de que el horror que comenzó en Cartagena el fiscal Demóstenes Camargo de Ávila alcanzara el punto cumbre, porque se sabía que lo estaban cazando. Pobre mi amigo Alfre, creía que su carta al presidente Uribe pidiendo su intervención tendría respuesta: nunca llegó. Pero Alicia Arango, hoy ministra del Trabajo, era su secretaria y bien pudiera decirnos qué destino tomó esa misiva.
Como bien lo ha publicado EL HERALDO, con editorial incluido, el Consejo de Estado condenó a la Fiscalía y al extinto DAS, porque se ha demostrado que ser defensor de Derechos Humanos no es causal para abrir un proceso a una persona y, además, montando un aparataje donde se le señaló de comandante de la guerrilla. El difunto Antonio Nieto Güete podría añadir interesantes detalles a lo actuado por el fiscal de marras. ¿Dormirá tranquilo Camargo de Ávila o siente que lo miran desde el más allá y un dedo lo señala? Yo no tendría vida sabiendo que mi actuación condenó a muerte a un inocente cristiano. Confío en que Alfre y Toño se le presenten en sueños y que los vea en todas las esquinas.
Son 15 años los que ha luchado la familia Correa de Andréis buscando verdad y justicia para su hijo y hermano abaleado –como un perro con mal de rabia– cuando regresaba de hacer unas compras para el almuerzo de su casa. Quien me avisó, me advirtió de no ir a la clínica porque había tipos raros haciendo fotografías de todos los que llegaban en shock por la noticia. Ya asistimos a la solicitud de perdón del Estado y ahora tendrán que volver a pedirlo en público, colocar una placa conmemorativa de la vida de Alfre en Uninorte y en la Simón Bolívar, donde era profesor. Y habrán de escribir un libro sobre Derechos Humanos que lleve su nombre. Se limpia así el nombre de la familia que es tan decente, que no exigió ni un peso sino reparación moral. Quien sí merece nuestro reconocimiento es el abogado José Humberto Torres, el encausador del proceso, sin desmayo y ad honorem.
La muerte anunciada de Alfredo Correa de Andréis fue lo mismo que la del alcalde Eudardo Díaz, quien alcanzó a advertirle al presidente Uribe que lo matarían y dio nombres, personas que fueron sacadas al cuerpo diplomático mientras enterraban al denunciante. Al fiscal que inició ese proceso sucio contra Alfre lo premiaron haciéndolo magistrado y, para más Inri, aquí, la ciudad donde la víctima ejerció su profesión y cayó. No los perdono ni dejaré que el tiempo tape su canallada.
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