Los cambios en las eras de la cultura humana se gestan a través de la historia de manera imperceptible. Se van formando sin que haya aparatos sofisticados que los denuncien con un zigzag sobre un tablero, como sucede con los terremotos. Las irrupciones humanas como las volcánicas tardan años en estallar porque, surgen desde una mínima parte de cada subjetividad que luego irá creciendo hasta que análogamente se juntará con otras subjetividades a pesar de las diferencias de raza, de país, de ideología; explotando con la misma fuerza telúrica.
Económicamente, los adultos nos dejamos llevar por la corriente del capitalismo jalonada, como toda corriente, por unos cuantos que jamás pensaron desde su ambición el daño que iría a causar sus ansias de acumulación de riquezas; sus ideas de que crecer y progresar era dominar la naturaleza hasta acabarla y que el verdadero desarrollo personal estaba en el ejercicio de la individualidad por encima de la comunidad.
Greta Thunberg, la jovencita sueca que por estos días ha saltado a las noticias mundiales por su activismo a favor del control del cambio climático se opone, precisamente, a todo ese sistema que está acabando con la vida en la Tierra. Su intervención ante la ONU está generando en la línea de la historia el más grande pronunciamiento de la juventud unida por una misma causa.
Greta, condensa el sentir y el pensar de una época de manera inimaginable años atrás. Una era que va tomando con el acontecer de los días el rostro de la mujer que tanto ha luchado contra la dominación del varón que es, justamente, el que está llevando el planeta a la muerte y con él, a todos nosotros. Son varones la mayoría de los líderes políticos del mundo cruzados por el más arcaico de los egoísmos y los empecinados en negar el cambio climático, además, de mantener un frente bélico contra otros países que llenan de miseria, hambre y muerte a millones de seres humanos.
Sin embargo, ha despertado también una ola de críticas, de burlas, de escepticismo por parte de los adultos que tratan de invalidar su activismo menospreciándola por su edad, por las palabras usadas, por su fragilidad física. Son humanos adultos envidiosos, estancados evolutivamente en su capacidad cognitiva y, por supuesto, emocional. Heridos en el ego porque una criatura, mujer, todavía en la escuela, los reconviene directamente con rabia, lágrimas y con frases que no pueden quitarse de encima: “me han robado la infancia”. Ah, pero como lo dijo en singular y no en plural, entonces, no merece la pena, según ellos.
Qué difícil es para estos corazones primitivos unirse por analogías con Greta porque, todos por igual estamos sufriendo el daño climático que ella sufre y miles de niños y niñas del mundo están padeciendo por hambre, por desplazamiento, por enfermedad, por orfandad debido a las razones que ella expone durante sus manifestaciones: este sistema está acabando con la naturaleza, con los más pobres, con los oprimidos, con los excluidos y, ella, está luchando por todos ellos. Despreciar las analogías que nos unen con otros seres en tiempos de crisis por las insignificancias que nos separan, es un suicidio por exceso de soberbia y falta de inteligencia; poner fuego a quien trata de salvarte remite a un trastorno profundo en la concepción de la vida y de la muerte.
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