El Premio Nobel de Economía 2019 ha sido entregado a tres economistas por el “enfoque experimental para reducir la pobreza mundial”, según la Real Academia de Ciencias de Suecia.

Los premiados haciendo a un lado las teorías económicas, las fundamentaciones éticas y políticas sacan conclusiones de sus experimentos a pequeña escala relacionados con las microfinanzas o el cuidado de la salud de grupos humanos pobres de Kenia e India. Después, sugieren a los grupos cómo invertir mejor los dos dólares con los que viven diariamente o descubren que los niños se desparasitan más si a sus padres se les regala el medicamento, lo que motivó a la Organización Mundial de la Salud a donar medicamentos a más de 800 millones de habitantes de escasos recursos.

Aun así, la Academia sale al paso confirmando que al año mueren cerca de cinco millones de niños en el mundo por causas que podrían evitarse. Entonces, ¿qué tan trascendentales son los experimentos de estos galardonados?

Dentro de los economistas hay una tendencia convencida de que su disciplina es una ciencia como la química o la física, es decir una ciencia básica sin casi subjetividad y mucho de precisión–lo que no es cierto- dedicados más a la econometría a través de estudios experimentales donde se solazan con el uso del software para hacer mediciones, ofrecer porcentajes y estadísticas como si la pobreza fuera un fenómeno de la naturaleza o una abstracción matemática y no el resultado de un tipo de comportamiento social humano complejo que tiene por consecuencia la pobreza de unos pueblos y la riqueza de otros.

La economía, a diferencia de la física, por ejemplo, es una disciplina práctico-política que implica una concepción del ser humano, un modelo de organización social y de distribución de aquellas cosas que conducen a una mejor vida de todos los seres humanos en relación con la naturaleza y las demás criaturas vivientes.

Estudiar la pobreza separada de las grandes razones que la produce es exonerar de crítica a las tendencias políticas que encubren prácticas financieras con una moral de desangre del otro, como las de la banca mundial que endeuda a los países pobres o la de las multinacionales extractivistas que asolan las tierras de los pueblos políticamente débiles. Es omitir que la causa de la pobreza está en una cultura compuesta por subjetividades que desconocen las necesidades semejantes en los otros seres humanos fuera del propio entorno.

Esos experimentos con la gente pobre difunden de manera encubierta que la causa de la pobreza está entre los sujetos mismos; sin objetar los sistemas políticos que originan esas penurias económicas.

La pobreza, tan humana, sometida al laboratorio como una cosa exacta, invariable, sin la historia de los individuos que explique sus condiciones de existencia.

Ser pobre no es manejar mal un dólar diario, es la incapacidad a la que se es sometido por otro de producir los bienes con los cuales satisfacer las necesidades de la vida.

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