Dos conceptos diferentes que poco han dialogado durante la historia humana. La política ha sido inherente al ser humano desde su aparición en la Tierra, ahí donde se unieran un hombre y una mujer, donde dos cultivaran un terreno, donde naciera un niño, ahí, está la política, la organización de los seres humanos para afrontar el mundo más allá de sus posibilidades biológicas.
Una de las formas de conocer la salud mental de un adulto es observar cómo se relaciona con su hijo. Qué tanta capacidad posee de verlo como una persona diferente a sí mismo. El adulto equilibrado reconocerá y se ajustará con empatía a las necesidades reales de la criatura. Cuando falla ese distanciamiento psicológico la probabilidad de que el adulto proyecte inconscientemente sobre el hijo las propias necesidades o invierta los roles es muy alta, trayendo graves consecuencias para la criatura porque el adulto no lo tratará según su indefensión e inmadurez reales, sino desde su propia identidad, dando como resultado un niño maltratado, despreciado, abandonado, asesinado. Porque el niño arruina el buen dormir personal, porque se asemeja a alguien a quien se odia, porque obstaculiza el cumplimiento de metas, porque evoca negativamente la propia infancia del adulto.
Este tipo de relación es susceptible de producirse fuera de la familia porque la personalidad es una variable independiente de los ámbitos en que se halla un ser humano; por lo tanto, a la política pueden arribar individuos con este desequilibrio psicológico. Una subjetividad así, inconscientemente, impondrá su totalidad a grupos bajo su mando sin discriminación, con dureza de corazón llegando hasta la crueldad. No reconocerá lo externo a él como lo diverso susceptible de convertirse en puente por analogías entre ambas partes, sino como lo diferente que amenaza; entonces, solo admitirá lo que es idéntico a sí mismo y acabará con lo externo a él.
Un gobernante como un “padre de la patria” carente de la distancia psicológica de quienes dependen de él no podrá identificar las necesidades reales de su pueblo; por el contrario, maltratará, obstruirá, arruinará la evolución de ese cuerpo social que dirige. Porque no le interesa realmente. La sociedad, al intuir el engaño del gobernante estará entre el amor y el odio hacia esa figura, posiblemente, se dividirá haciéndose daño a sí misma hasta que surja alguien emocionalmente sano que de manera empática aborde las necesidades reales del pueblo.
Así las cosas, un político no sentirá dolor por los niños bombardeados ni por los lagos que se secan ni por los migrantes ahogados, no hay espacio para la culpa porque los niños son unos insubordinados, es la ley de la vida la que transforma la naturaleza y es decisión de la gente atravesar el Mediterráneo; quien necesita comprensión y compasión es él por tanta entrega. Como un progenitor que toma medidas ante un niño “peligroso” que se subleva un gobernante sin la distancia psicológica con su pueblo también las tomará; en ambos escenarios, por desequilibrio mental, podrá correr la sangre.
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