Siglos le ha tomado a Europa -sin terminar aún por aceptar- que no es el centro de la cultura y de la civilización mundial. Un inglés, John Locke en el siglo XVII cuando necesitaba referirse a los seres humanos en estado de naturaleza –supuestamente sin normas ni sociedad- se remitía a los que vivían en América como si fueran salvajes sin agricultura, sin un orden político, sin leyes. Ignorando que en Perú y en México existieron comunidades milenarias que no solo cultivaban la tierra, sino que también crearon bellas ciudades con sistemas económicos que permitían una equitativa distribución de la riqueza.

Uno de los más grandes antropólogos de la historia, el francés, Claude Lévi-Strauss, en el siglo XX, revolucionaría con su obra El Pensamiento salvaje la concepción que se tenía sobre el sistema de pensamiento de los “primitivos” que se creía era diferente al de los “civilizados”; demostró con sus estudios en el Brasil que los raizales eran capaces de analizar, clasificar, ordenar como lo haría el conocimiento científico. Sin embargo, la suerte estaba echada para las culturas “periféricas” ancestrales de África, India, Oceanía, América que luchan por el reconocimiento de sus capacidades intelectuales que los blancos aún demeritan.

El menosprecio europeo hacia la cosmogonía y hacia el sistema de pensamiento indígena quedó inoculado en los criollos de América después de la Independencia, el que fue pasando a las generaciones venideras. El mismo que hoy exhibe el gobierno de facto de Bolivia contra el respeto que los indígenas profesan por la pachamama, la Tierra; el que en Colombia asesina a los nativos del Cauca, Nariño, Putumayo que defienden sus terrenos y sus costumbres; el que revela el gobierno al no protegerlos porque, en el inconsciente del poder político, no valen nada.

El pensamiento científico, tan engreído desde el Renacimiento italiano, no contempló la posibilidad de destrucción que la misma ciencia contribuiría a hacer sobre el medio ambiente, como sí lo previeron las culturas ancestrales usando con comedimiento la naturaleza a través de los mitos, estableciendo analogías y metáforas para integrarse a ella, con un pensamiento diferente al de desarrollo y progreso de Occidente.

La extinción a punta de bala de los indígenas que el gobierno de Colombia está permitiendo y de los líderes que preservan la naturaleza del turismo, del fracking, de la comercialización ilegal de la flora y la fauna implica, además del crimen contra la vida humana en sí, la destrucción como lo diría Lévis-Straus: “de las bases experimentales del conocimiento de la humanidad, sin las que todo el edificio del saber antropológico se derrumbaría”. Esos humanos asesinados son portadores de formas de organizaciones, de culturas, que podrían ser la salvación de la humanidad del suicidio al que está llegando con los artificios del capitalismo.

El gobierno no solo tiene la obligación de protegerles la vida como a todos, sino también de cumplir el Plan de Salvaguarda decretado por ley, lo que sería la demostración de un pensamiento realmente civilizado de la élite gobernante.

luceromartinezkasab@hotmail.com