Entonces, “es verdad”, decimos asombrados ante el incendio en Australia como lo haría alguien ante la aparición de un santo, -como Santiago hincado de rodillas ante la Virgen del Pilar en el místico cuadro de Goya-, que la Tierra puede arder como el Infierno y la gente y los animales morir quemados quedando la desolación. Es verdad que nos estamos suicidando porque también arde África y arde el Amazonas.

Solo el dolor de las quemaduras en la propia piel nos hará caer en la cuenta que la Tierra es de todos, que es lo común a todos, que es la madre, como nos lo vienen enseñando los indios Arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta.

Australia –y el mundo-, advertida por las organizaciones dedicadas al cuidado del medio ambiente le sigue apostando a una economía basada en la extracción del carbón, del gas, del petróleo que eleva la temperatura, produce sequías e inundaciones y le está envolviendo en llamas “la racha de su crecimiento económico”. Mientras el primer ministro Scott Morrison gozaba de sus vacaciones veintiséis personas perdían la vida y quinientos millones de animales morían quemados.

¿Con qué se mide la angustia de quinientos millones de animales huyendo despavoridos del fuego que finalmente los alcanzó hasta la muerte? ¿Cuántas toneladas de carbón de tiempo devolverán esa biodiversidad si ya la Gran Barrera de Arrecife presiente la contaminación como un verdugo que avanza para destruirla? Australia, es hoy, justamente, el laboratorio experimental trasmitiendo en vivo lo que va a ser la destrucción total del Planeta con los políticos defendiendo a toda costa la propiedad privada que es decirle al pobre, a los animales, a la vegetación tú estás privado de esto que yo tengo, que no cuido, porque creo en el dios dinero que, mágicamente, me repondrá todo.

Partiendo del invento de la rueda hemos llegado a Marte, eso nos enorgullece, sin embargo, no hemos sido capaces de cualificar los milenarios procesos sociales, políticos y económicos que, como una destilería, nos decante un sistema desligado del aumento progresivo de la ganancia -que se está incendiando a sí mismo- y nos brinde, además, líderes con las más finas virtudes.

Louis Baudin (1928) economista y profesor de derecho francés escribió en El imperio socialista de los Incas que esa civilización logró medir el tiempo usando el sol y la luna, que tenían un sistema de contabilidad, una arquitectura majestuosa en armonía con el entorno, que hacían tejidos finos, que trabajaron el oro, la plata y el bronce y que construyeron con paciencia un imperio a punta de cuerdas, cincel, hacha y pinceles de plumas…, sin escritura y sin rueda. Conscientes de la gran ayuda que era para ellos la llama, el animalito parecido al camello, lo consentían, lo cuidaban, lo amaban, igual que al maíz a los que les debían la vida.

Occidente se prosterna ante la rueda acelerada y no ante el Sol ni ante el agua que es la sangre de la Tierra ni ante los animales que alivian la lucha. Ha vuelto divinidades sus inventos mientras destruye los dones de la Naturaleza.

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