¿Quién del Magdalena, del Atlántico, el Cesar o la Guajira no sabe que tiene un tesoro natural al alcance de sus ojos como la Sierra Nevada de Santa Marta? A unos cuantos kilómetros para verla y gozar de sus ríos que bajan helados, de su temperatura de primavera eterna, de sus árboles inmensos que nos miran desde sus alturas para darnos una bienvenida. ¿Quién no nació oyendo su nombre o viendo su silueta delineada por el sol en la madrugada sin bruma? ¿Quién no ha ido con un amor a sumergirse donde ella nace, en las aguas cristalinas del mar Caribe, para después subir por todos los pisos térmicos hasta llegar a sus nieves perpetuas? ¿Y cómo hicieron para crear esa preciosura de sombrerito cónico?

Llegaron por el camino de la analogía. Cuando esa cultura surgió no había autos, edificios, máquinas, autopistas, iPads ni existían las Kardashians con lo que Occidente hoy establece una artificial red de semejanzas que lo está estrangulando. Los indígenas, desprendidos ya de la Naturaleza pero, sabiéndose dependientes de ella se asombraban de todo cuánto los rodeaba sin distracciones de ningún tipo. De manera natural supieron lo que la ciencia nos confirmó hace pocos años, que compartimos con los demás animales y las plantas más del noventa por ciento de nuestra genética; así, instintivamente, buscaron las semejanzas con las montañas, los árboles, las flores o le rindieron culto al mar, al Sol, a las estrellas dando gracias a la vida por el entono que les regalaba.

Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, cuentan los medios que expresó en estos días: “el indio es cada vez más humano”. Es decir, los indígenas descubren analogías, sienten como hermanos a los árboles, mientras Bolsonaro persiste en la diferencia que hace quinientos años Bartolomé de las Casas luchaba por aclarar ante los reyes de España. Bolsonaro aparta a los indígenas negándoles la genética del homo sapiens como lo hacían los españoles y portugueses cuando la Conquista de América. Para él los indios no hacen parte de su mundo como tampoco la selva del Amazonas con todas sus mariposas. ¿Cuál es el mundo de Bolsonaro? El mundo de la repulsión por lo diverso a su identidad. Es un mundo desértico.

Los grupos ancestrales de la Sierra Nevada de Santa Marta han recuperado y conservado quince mil hectáreas de bosques –que el blanco ha destruido ferozmente-, con la ayuda de La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional –USAID- y han terminado de escribir y publicar una cartilla para que sus futuras generaciones tengan una guía para la protección y conservación de los bosques secos.

De manera que un presidente destruye el Amazonas y los indios conservan los ríos, las plantas, los animales “para que la naturaleza no sufra” como ellos suelen decir. Dos tipos de humanos con visiones diferentes del sufrimiento.

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