Casi sordo, desesperado, porque a ella, la música, su amada inmortal, no la podía escuchar en su piano, Beethoven, con el oído pegado a las teclas componía sus obras. Su sordera lo llevó a sentir la profundidad de los sonidos, como un genio de la química nos legó con notas musicales la fórmula melódica de la vida que culmina con la exaltación a la alegría, la Novena Sinfonía. Regaló la de los golpes secos de la Muerte contra nuestra puerta, la Quinta, llamada la Sinfonía del Destino, que estrenó en 1808, en el Teatro de la Ópera de Viena cuando tenía 32 años, atormentado por la soledad del silencio.

Esas cuatro notas del comienzo que van de dos en dos, repetidas, ta ta ta tannnn llegan sin previo aviso a abrir la Sinfonía como llegan los cobradores a la puerta del pobre o al celular que tiembla en la mano del asalariado que, de improviso, después de haber vendido durante años su cuerpo a una empresa, se queda sin el pago en dinero, porque una adversidad detuvo el engranaje económico del mundo.

Suena el Destino tremendo en el piano de Beethoven por toda la Tierra sin distingos de clases, de razas, de credos, de países porque la Muerte, ensañada con los migrantes, con los desplazados, con los indígenas, con los líderes sociales decidió recordarle a quien se ufana de tener casa propia, de dinero para viajar y postear una selfie desde el Himalaya que se presentará en la vida de cualquiera cuando le venga en gana.

Se derrumba estrepitosa y dolorosamente el capitalismo bajo la batuta del genial director de orquesta Herbert Von Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín. A golpe de tambores secos, duros, resueltos cae el sistema sobre los más pobres, los que se presentaron ante el capital solo con la fuerza de sus manos. Desnudos como vinieron, además con hambre, los aplana esta economía que de un día para otro se le desarma su inhumano engranaje de siglos.

Nos dirigen las trompetas de la Sinfonía hacia la pieza más perversa de la maquinaria, la que ha exprimido a la periferia trabajadora del mundo utilizando el excedente de la producción, que, como en una espiral diabólica, ascenderá por la codicia hasta llegar a la perversa: acumulación de riqueza.

Ella, fundará compañías y propiciará la consecuente contratación de la vida del trabajador para beneficio de los dueños del capital imprimiendo más velocidad al mundo económico, engullendo a los asalariados, naturalizando que unos sean ricos y otros pobres, escondiendo la razón de esa diferencia como en un juego de magia frente a los ojos ciegos de los empleados que crean la riqueza con su fuerza, con su cuerpo, con su vida; nadie se los dice ni nadie se los paga.

La música de Beethoven deja silencios en las cuerdas de los violines dirigidos por las manos de Herbert Von Karajan, que se esparce durante este confinamiento mundial como leves entradas de luz que pueden iluminar el pensamiento del trabajador y el corazón de los millonarios; para que unos luchen por la dignidad de no ser usados y los otros, respeten la igualdad que nos da la vida, que nos da la muerte, el Destino de todos nosotros.

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