Es una manera de decir los cinco días que me “retuvo” un hospital en la ciudad de Hamburgo hace tres años. Sin el asomo de la pandemia que se nos venía, el hospital, me atendió meticulosamente pues, llegaba del trópico donde prevalecen enfermedades de fácil contagio.
Un dolor en el pecho después de permanecer casi quince horas en un avión cruzando el Atlántico me llevó derecho a la emergencia del hospital a las seis de la tarde de un viernes finalizando la primavera. Desorientada, sin casi poder hablar conté lo que me sentía. Un médico me tomó la presión dijo que estaba un poco alta, me dio una pastilla, me tranquilicé y dispuesta a marcharme di las gracias, pero, él me detuvo con sus ojos azules de pestañas rojas: “No se puede ir hasta dentro de cinco días, tenemos que saber por qué está así”. Le argumenté un compromiso de trabajo, que era normal un poco de presión alta después de tan largo viaje, etc., no fue posible, tuve que aceptar el confinamiento.
Una enfermera joven como salida de los cuentos de los hermanos Grimm con una nobleza, finura y dulzura auténticas me pidió que firmara la autorización de unos exámenes y desapareció como por encanto. Ya en el dormitorio la mañana siguiente comenzó con el señor de la limpieza armado de escoba y trapero pero, llamó mi atención la velocidad con que distribuyó seis pañitos desinfectantes en las manijas de las puertas, en los bordes de las camas, sobre la cajita de los guantes de la entrada, en los pomos de todas las gavetas. Le pregunté por eso, me dijo: son los sitios donde los médicos, enfermeras y pacientes ponen las manos, así, se controlan posibles contagios. Hoy, ante esta pandemia, he recordado la escrupulosidad que el señor puso en cumplir el descubrimiento del médico de origen alemán Ignaz Semmelweils, en 1847, que las manos son focos de infección, por eso hay que lavarlas porque, salvan vidas. Una responsabilidad contrastante con la imprudencia y ligereza del primer ministro inglés Boris Johnnson y de Donald Trump quienes siendo líderes mundiales no acataron las mínimas normas de seguridad para protegerse y proteger a otros del virus que hoy nos azota globalmente.
Pude observar la atención médica alemana sin dramatismos, pero con la misma disciplina, rigor, dedicación al detalle que los hizo surgir después de la Segunda Guerra Mundial. Con ese carácter pertinaz, ordenado y precavido volcado hacia el cuidado de la vida, hoy, Alemania, -y otros países- enfrenta acertadamente la primera pandemia mundial en los doscientos mil años de surgimiento del Homo Sapiens en la Tierra.
Cumplidos los cinco días me entregaron un documento de diez hojas con cifras pormenorizadas de mi estado de salud. Todo estaba bien, me dijo una médica pakistaní.
De manera paradójica con lo que viven hoy miles de personas en el mundo, por circunstancias diferentes, tuve una buena estadía en un hospital alemán por la atención de su gente, por el bosque que lo rodeaba, por los desayunos, los almuerzos y por la despedida melodiosa que me ofreció el señor de la limpieza al entregarle un obsequio de despedida, thanks you my lady. luceromartinezkasab@hotmail.com