Hace más de una década fue extraída desde los dos mil quinientos metros de profundidad del lecho marino una muestra de lodo frente a una de las costas de Japón; un lugar frío, oscuro, silencioso, más inexplorado que la superficie de Marte. Un grupo de científicos liderados por el japonés Hiroyuki Imachi pasó más de dos mil horas cuidando aquella muestra de sedimento al que le replicaron en el laboratorio todas las condiciones originarias de su habitad submarino para observarle los cambios en busca del origen de la vida en la Tierra.

Hasta que en enero de 2020 la famosa revista científica Nature publicó lo que allí vieron los estudiosos por primera vez en la historia de la ciencia: diferenciado de los demás microbios estaba la arquea, un antepasado de la célula, como su nombre lo sugiere, muy primitivo, sin órganos internos, que se cree, fue el precursor de la vida hace dos mil millones de años.

Dos aspectos permitieron que los científicos lanzaran una hipótesis de cómo se dio ese paso de lo sencillo a lo complejo a nivel celular. Por un lado, permitieron que la arquea coexistiera con otros microbios de su entorno, no la aislaron y, por otro lado, observaron, maravillados, que la arquea tenía tentáculos entrelazados. Entonces conjeturaron una teoría para el surgimiento de la vida llamada de las Tres E: la arquea enredó con sus tentáculos una bacteria, luego la engulló y finalmente, la endogenizó, es decir, estableció una relación de reciprocidad para intercambiar nutrientes. La clave, posiblemente, del origen de la vida, concluyeron, fue la cooperación entre micro organismos en las profundidades del mar; aunque siga sin conocerse el eslabón perdido de esa evolución.

Y los seres humanos sobre la faz de la Tierra a partir de la Modernidad estamos empeñados en imponer al individuo, al egoísmo, al aislamiento como los elementos idóneos para el desarrollo. Con esa concepción nacida de individuos caracterológicamente egoístas estamos acabando con el Planeta, destruyendo el microscópico patrón natural de la vida, que es la interacción de los seres buscando un mismo bien común.

El originario bien común de los micro organismos fue el de suplir la necesidad de alimentos para continuar desempeñándose dentro de su medio. Necesidad alimenticia que la mayoría de los políticos del Siglo XXI todavía niegan a sus pueblos. Robándose, no solo el dinero público sino ya la comida física, como lo están haciendo en Colombia con los subsidios para los más pobres, robándoles los nutrientes que les pueden sostener la vida.

Hay una característica humana que la pandemia ha mostrado como un fenómeno inocultable y que el pueblo, en su mayoría inocente y bondadoso, ha soslayado durante siglos por diferentes razones: La crueldad de la que son capaces los jefes de Estado y sus gabinetes. Macro organismos mortales con cerebros incapaces de cooperar, destructores de la vida; mientras un microbio en la oscuridad de los océanos con sus tentáculos primitivos busca aliarse con una bacteria para continuar con su existencia. ¿Acaso habría que sumergir a los políticos en las profundidades del mar?

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