La Tierra ha tenido edades como las tiene cada persona y como las ha tenido la sociedad en su desempeño cultural.
Creaciones humanas independientes de la genética marcadas por un elemento que las define como la agricultura caracterizó al período neolítico, pero no podemos decir hoy que, de la noche a la mañana por la pandemia mundial del 2020 comienza otra edad de la cultura; los cambios sociales son lentos, tediosos, luchados, llenos de una estela de sangre y furia.
¿Cómo vamos a decir que no volveremos a ser los de antes si aún el macho le pega a su mujer que está indefensa en un confinamiento obligado con él? ¿Cómo vamos a decir que no volveremos a ser los de antes si una gobernante mujer – que ante el varón ostenta más sensibilidad- manda al Esmad a reprimir el pueblo hambriento como los romanos lanzaban los leones contra los cristianos? ¿Cómo vamos a decir que no volveremos a ser los de antes si no sabemos cómo se levantará ese monstruo del capitalismo después del acorralamiento mortal que le ha hecho un micro organismo?
En 1865, por ejemplo, se acabó la Guerra de Secesión en Estados Unidos que dio libertad a millones de esclavos; los perdedores, se las arreglaron para discriminar a los ciudadanos negros que, desde entonces, luchan por la igualdad racial hasta que lograron tener un presidente de origen africano; sin embargo, hoy en día seguimos presenciando formas francas y veladas de racismo en ese país y en otras latitudes del mundo.
El capitalismo está herido, pero no muerto y, como la gorgona Medusa, las serpientes de su cabeza se pueden reproducir a medida que otras caen. En un sistema así, anquilosado por siglos, defendido por una poderosa élite mundial, no tiene cabida un Perseo; pero sí la unión de unos con otros formando una comunidad solidaria tal como se empieza a observar en las redes sociales, donde un grito de auxilio anónimo por comida, por medicina, por abrigo es atendido desde grandes distancias por otros desconocidos.
Es un cambio microscópico en el despertar del sentimiento de compasión aplastado por una ideología del individualismo. La situación de confinamiento ha ido mostrando los mecanismos ocultos que hacen posible la extrema desigualdad económica, entre ellos, uno que ha sometido al trabajador: el uso de su fuerza viva para el enriquecimiento de otro. Porque, en el momento decisivo en que la pandemia obligó a la separación simbiótica del empresario y el trabajador quedó patético que uno pudo irse a su casa a cumplir la cuarentena salvando su vida y, el otro, quedó en la calle a merced de la muerte. Y si no lo sintió en carne propia lo vio en su vecino o en donde más duele, en el hambre de los hijos.
La mitología es sabia, da luces a través de los siglos. Envía mensajes al oprimido, al débil, al valiente para advertirle que no arriesgue su vida torpemente. Que piense. Perseo es el símbolo de la estrategia sobre el impulso de querer enfrentar valientemente al enemigo. La búsqueda de un mayor equilibrio social, de otra era, está señalada por la unión inteligente de las personas en una comunidad, en una común unidad.
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