Siente tu papel intensamente, vívelo, pero, modérate lo más posible; así, lograrás la verdad de tu expresión, es un principio para quienes estudian arte dramático. Con ese método se mostrará la realidad de un personaje, la que ejercerá atracción sobre los públicos del mundo hasta obtener un Óscar en el cine o un Tony en el teatro.

Paradójicamente, el actor o la actriz se preparan no para actuar sino para contener las emociones y los pensamientos buscando decantar las micro expresiones, el andar, la gesticulación, el reír o el llanto para que el personaje aparezca genuinamente encarnado.

Es una técnica difícil. Algunas personas nacen con ese talento, otras, deben esforzarse; sin embargo, ambas, pasan años estudiando y experimentando cómo hacerlo cada vez mejor. Sentir, contener, dominar, respirar, relajarse para que se exprese ese otro prestándole lo propio de la manera más auténtica, para que lo que tenga que ser, sea.

Como fue la actuación inmortal de Marlon Brando como Vito Corleone en la película El padrino, de Francis Ford Copolla. O, en la misma película, el grito infinito de Al Pacino cuando es asesinada la hija de Michael Corleone en las escaleras del teatro, a la salida de la ópera. O la de Robert Redford como míster Gatsby. Más recientemente, la de Jennifer Lawrence en el papel de una joven atractivamente neurótica en la película El lado bueno de las cosas, con la que ganó un Óscar en 2013. Un actor no es lo que muestra sino lo que contiene.

En ese sentido, ante la situación de salud que tiene crispado al mundo, donde los medios de comunicación se han entronizado aún más en la vida de la gente -por su reclusión en los hogares- emitiendo sin parar cifras de contagios, de muertes, de recuperados hay una líder, una dama, que se ha ganado el respeto mundial, casi unánime, de políticos y pueblos por su serenidad, mesura, dominio de sí y de los temas pertinentes con una alta capacidad de discreción en las circunstancias más embarazosas, Ángela Merkel, la canciller de Alemania. Pero no es un control frío cargado de lejanía como el de la reina de Inglaterra, Isabel II. No. Es una serenidad que viene desde muy dentro de su temperamento.

En América nos estamos acostumbrando a un estilo de expresión de los líderes ante el pueblo caracterizado por el desborde de las palabras, de los gestos, de los tonos; un estilo nada sensato, con gran ausencia de discreción que en vez de sosegar ahonda el trauma en la gente. Un estilo de menosprecio por la situación de precariedad de la salud, de la economía, de las relaciones humanas que está viviendo la sociedad. Y, tan grave es el desborde del temperamento en los mandatarios como su imperturbabilidad ante la crisis. Hay gobernantes dirigiéndose desconectados emocionalmente a los ciudadanos, imprimiéndoles más desolación.

Sentir, nos enseña el arte dramático, sentir de manera intensa para que el actor se enlace con el otro verídicamente, pero con el cuidado de no caer en la histeria ni en la indiferencia ante lo que acontece, es también lo que está clamando el pueblo a sus dirigentes.

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