Hace muchos años una joven madre en Barranquilla, de forma instintiva, guardaba en una cajita lo que quedaba del hilo umbilical de sus hijos cuando a los ocho días de nacidos se desprendían de sus pequeños cuerpos.

Décadas después esa mujer escucha una historia donde un hombre de raza negra de una isla del Mar Caribe le contaba a un amigo blanco que las mujeres de su raza guardaban los hilos umbilicales de sus hijos en una cajita, o los introducían en la tierra admitiendo que no sabía por qué lo hacían, era una costumbre de su pueblo. Quien lo escuchaba había viajado por todo el mundo, incluso por África, sorprendido por la revelación del hombre le contesta con otra revelación: que las tribus ancestrales en África hacían lo mismo, pero, no los guardaban en una cajita, sino que los introducían directamente en la tierra; además, que los esclavos africanos en América, con la esperanza de la libertad, los conservaban también para enterrarlos en su continente, cuando estuvieran de vuelta.

Sorprendido el isleño le pregunta a su amigo si conoce el origen de esa costumbre. Este le manifestó que la especie humana desde sus inicios en África, hace doscientos mil años en medio de la naturaleza más pura, tuvo la necesidad de darle un sentido a su existencia, por lo que, apoyándose en su poder de observación y de imaginación, estableció analogías con el entorno hasta que creó mitos que le proporcionaron respuestas a sus preguntas fundamentales.

Así, creó una metáfora clara ante sus ojos para explicar su presencia en el mundo, la que ha cruzado milenios y culturas hasta nuestros días: Que, así como los niños son traídos al mundo por una madre que les proporciona oxígeno dentro del vientre y alimento con su cuerpo, los humanos recibieron el don de la vida de la Tierra. El hilo umbilical es enterrado en ella porque ahora es la Madre Tierra la que los alimentará con su agua y con sus frutos.

Desde entonces le rinden culto a Ella y al Sol que con su calor contribuye con la vida. Los primeros humanos en África bien pudieron orientar su existencia desde la soberbia y la arrogancia, nada se los impedía, nada estaba escrito; el pensamiento y el sentimiento por las cosas eran vírgenes como la naturaleza que los había lanzado al mundo, sin embargo, se dieron cuenta que eran fruto de la Tierra y siendo nobles en el más bello sentido de la palabra, crearon ritos para agradecer la satisfacción de la necesidad de comer que hace posible la vida.

La celebración de nuestro Día de la Madre es un rito donde anida el primer criterio ético de la vida, dar de comer al hambriento, como hacen las madres. Como por derivación lo hace la tierra donde se nace, como lo debe hacer una sociedad con sus ciudadanos. Es un recordar que el humano no nació solo, nació de otro humano que le hizo posible la vida. La gratitud es el alma de la comunidad humana.

Las madres que silenciosamente guardan los hilos umbilicales de sus hijos no por la moda de las células madre, sino por un mandato instintivo, ya saben que están rindiendo un homenaje a la madre de todos nosotros, África.

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