Casi todos los días salen a la luz nuevas expresiones de la creciente índole desalmada de los humanos. Hace poco se hicieron públicas las condiciones indecentes en que trabajaba una mujer como portera en un edificio durante esta pandemia. Ni qué decir de quienes quedaron a su suerte porque cierta administración amenazó con botarles si no llegaban al respectivo turno porque, no era de su incumbencia el problema del transporte urbano. Descontando, que la mayoría de este personal trabaja doce horas seguidas y en casi ningún conjunto de apartamentos les ofrecen almuerzo debido a que así están contratados; como si ese sueldo diera para gastarse diez mil pesos diarios, seis días a la semana. De manera que pasan hambre mientras suben cantidades de bolsas cargadas de alimentos para las diferentes viviendas y, como siempre, esto no es nada nuevo, sucede hace años, desde cuando apareció este tipo de inmueble que suplantó las casas independientes. Los edificios son lugares donde se gesta un poder despótico, casi siempre ejercido por mujeres.
Parece que se las elige más que a los hombres porque ellas tienen la posibilidad de permanecer en sus viviendas y desde ahí controlar todo lo que sucede en el edificio que, en sus manos, ya no es un conjunto de propiedad horizontal donde hay que armonizar lo común con lo privado de una manera civilizada sino una galera donde a punta de latigazos sobre las espaldas de los esclavos se hace avanzar la nave en el mar o cuando menos, un feudo que con sus gritos ellas controlan centímetro a centímetro.
Tenemos tan mal concebido el ejercicio de la administración por encargo en lo político y en lo privado que, una vez firmado el contrato, cedemos a los administradores el derecho a maltratar a la gente, a extralimitarse en las restricciones a los habitantes y, además, cohonestamos la discriminación de todo tipo.
No ha sido posible que las mujeres -el sector de la sociedad que desde hace milenios arrastra la condición de oprimido por el poder patriarcal-, nos desmarquemos de los lineamientos de explotación, segregación y crueldad impuestos por los varones durante toda la historia humana. No hemos sido capaces de apartarnos críticamente; por el contrario, perpetuamos y nos aliamos con los principios que ellos han elegido para gobernar el mundo.
Si de feminismo se trata hay que criticar el capitalismo como modelo socioeconómico instaurado por el varón desde hace quinientos años. Fueron los varones españoles quienes saquearon a América y enriquecieron a Europa que estaba en la pobreza de la Edad Media; los impulsores de los bancos y de los préstamos en Italia; los ideólogos del individualismo y de la propiedad privada en Inglaterra dando origen a una moral basada en el egoísmo que, a su vez, fomenta la codicia, la crueldad, la depredación.
No se trata solamente de buscar una igualdad sino de instaurar en la sociedad otros cánones provenientes del alma de la mujer: el altruismo, el amparo, la compasión como nos los enseña Greta Thunberg, la jovencita sueca que lucha por la conservación del Planeta; ninguna gracia tiene que el capitalismo cambie de género.
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