A pocas horas del lanzamiento del cohete Crew Dragón por SpaceX, el que produjo una gran emoción a su dueño Elon Musk por convertirse en la primera empresa privada en enviar pasajeros al espacio, un ser humano en Estados Unidos suplicaba por su vida a otro que le tenía la garganta oprimida contra el pavimento.

“No puedo respirar”, le avisa a quien con la rodilla aplasta su garganta descendiendo con ese acto a la barbarie. Siente cómo la ausencia de oxígeno le corta la vida, entonces, usando su inteligencia al borde de la muerte piensa cómo sensibilizar a aquel otro; así, busca una palabra que lo acerque como humano para sustraerlo de ese trance de irracionalidad acudiendo a uno de los más profundos sentimientos llamando a su madre, como un niño, el instintivo llamado del indefenso.

Ni esa muestra de rendición inocente, ni el aviso de la muerte inmediata, ni las palabras de los transeúntes ni la vergüenza de ser visto por el mundo entero a través de la cámara que lo filmaba hizo posible que el dueño de esa rodilla aflojara, hasta que el cuerpo debajo de ella, exánime, dejó de respirar.

Miles de personas vieron por televisión a ese ser humano en Minnesota abandonar este mundo implorando piedad, lo que les desató una furia contra el gobierno, mientras, el SpaceX con sus tripulantes partía al espacio desde la Florida en medio de aplausos de gran felicidad que celebraban una nueva etapa de la sociedad humana. Los noticieros pasaban de manera paralela la ira colectiva por el dolor acumulado de siglos de un pueblo que se ve reflejado en la muerte de George Floyd y la alegría de otros por el despegue del cohete Crew Dragón. Pasaban en simultánea, sin ellos saberlo, el atraso y la inventiva del alma y la mente humana.

Como nunca en la historia de los Estados Unidos de América, se ha dado una protesta de costa a costa, de norte a sur, enardecida, adolorida, enloquecida, con eco en otros países por la muerte de un ser humano. Pero, George Floyd, fue ese ser particular en quien confluyó la tecnología de la comunicación para mostrar el color negro de su piel en el escenario humillante de un asfalto sucio, una llanta de carro cerca de su rostro, su garganta suplicante soportando la presión de la rodilla de un policía blanco inamovible, la historia de otros asesinados en similares circunstancias, más cuatrocientos años sumados de esclavitud y discriminación a manos de otros seres iguales a él, sólo que con otro color de piel.

Es la misma dominación por la fuerza y las armas la que sufren los líderes sociales, los campesinos, las personas desvalidas en Colombia por otros que, creyéndose superiores van cercenándoles la vida, quebrantando la ley natural que nos hace libres a todos. Tal vez, como lo escribiera Jean Jacques Rousseau en 1754, son las mismas leyes creadas por los humanos las que han creado la desigualdad social.

Decimos, como la poeta Matilde Espinosa ante la muerte de Martin Luther King: “El día llegará/día de fiesta/sombreado por las alas de los sueños/día de amor, relevo de la angustia, en la ruta cansada de la tierra”.

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