Durante muchos años hablaron de cambio. Cambio en la política para que hubiera cambio en el país. Cambio de poder para que pudiera haber progreso. Y es por esto que para quienes no sabemos seguir sin preguntar, nos es tan difícil entender cómo es posible que le llamen cambio a lo que después de esta semana ha probado una vez más, ser hasta peor. Los mismos políticos de siempre (los que piden y reparten mermelada) con otro nombre, y las mismas marañas políticas de siempre, pero todavía más descarado. Lo peor es que hay seguidores que dicen de frente que aunque es el cambio, ‘como todos hacen lo mismo’, igual se vale.
Es una tristeza que casos como el de Heard empañen este movimiento que tanto bien ha hecho, pero también es una oportunidad para analizar con cabeza fría lo que también está pasando. No podemos seguir creyéndonos jueces, y no podemos seguir acabando con personas y carreras, a los que ni siquiera les damos el beneficio de la duda.
Es por esto que este domingo tengo todas mis esperanzas puestas en el resto de los colombianos, quienes hartos del fanatismo y de los discursos de odio seremos capaces de tomar una decisión basada en el raciocinio. Tengo la fe de que somos más los que podemos analizar las propuestas de cada candidato y ver su viabilidad. Tengo la fe de que somos más los que podemos analizar la trayectoria de cada candidato, y los resultados que dieron durante cada una de sus gestiones, para poder tomar una decisión consciente. Tengo la fe de que somos más los que no somos manipulables.
Pero esto no ha sido al azar, sino absolutamente premeditado. Quienes lideran este mundo quieren que quienes lo habitemos seamos más sumisos, más influenciables, más fáciles de convencer y, por ende, más fáciles de dominar. Y aunque inicialmente pudo haber tenido intenciones netamente comerciales, su alcance, y sus consecuencias, son infinitamente peligrosas. Un mundo deprimido, aburrido, egoísta y con poco interés para lo verdaderamente importante.