A Javier Ordóñez lo mató la Policía. Gritaba ‘por favor’ y no le hicieron caso. Siguieron maltratándolo. Siguieron golpeándolo. Siguieron abusando de su poder. Y se les fue la mano. A Javier Ordóñez lo mató la Policía.

Negarlo e intentar justificarlo no solo es insólito, sino que es inservible. No importa si el hombre era un alcohólico, si le pegaba a su mujer, y si no era la primera vez que ‘se le alzaba a los agentes’, nada justifica semejante golpiza. El uniforme no puede dar acceso a creerse Dios, no puede darle garantías a otro uniformado que actúe como criminal y no puede ser sinónimo de lo que es hoy, absoluta desconfianza.

Si no confiamos y respetamos las instituciones, si no creemos que la Policía velará por nuestra seguridad, y si, por el contrario, pensamos que dentro de la organización hay una política para proteger a criminales que se disfrazan de ‘hombres de bien’ estamos perdidos como sociedad.

Y eso es precisamente lo que está sucediendo. Ver las imágenes de los momentos previos a la muerte de Javier fomenta esa desconfianza. Ver el caso de Anderson Arboleda, el joven afro colombiano que murió por el ‘exceso de bolillo’ por parte de un policía, hace que se crezca el odio desmedido ante la institución policial. Ver el caso de una mujer que fue violada en Bucaramanga cuando intentó buscar ayuda en un CAI desata la rabia.

Y aunque soy de las que creo profundamente que hay muchos policías buenos (y lo sé porque los he conocido), y sé que dentro de la organización hay miles que quieren proteger a los colombianos, miles que trabajan de sol a sol para intentar combatir la delincuencia común, y miles que se sienten desmoralizados al ver que todos sus aciertos son empañados por los desaciertos de otros, hay que decir las vainas como son. A la Policía Nacional, a todas las fuerzas armadas de Colombia y al mismísimo presidente de la República les ha faltado tener la mano dura con los criminales dentro de la institución. Queremos ver que éstos acaben en la cárcel, queremos ver que la ley no los proteja, queremos ver que haya indignación, queremos confiar en todos los policías, en todos los soldados, en todos los que nos protegen. No solo en algunos sí y en algunos otros no.

Y por último lo siguiente, así como he dicho esto, también voy a alzar mi voz para denunciar que aquel que cree que por esto tiene permiso de quemar la ciudad, de incendiar y destruir el espacio público que se paga con los impuestos de todos y que cree que puede acabar con negocios honestos en nombre de ‘la libertad’ le digo lo siguiente: usted no es nada distinto a un hampón, a un vándalo y está jodiéndolo todo. Porque gracias a su ‘manera de protestar’ empiezan a perder fuerzas todos los argumentos. Eres un delincuente, ni más ni menos.

Y sí, las vainas como son.