Hace poco llegó a mí un video del periodista y escritor canadiense Carl Honoré, en el que aparecía dictando una charla acerca de la investigación que hizo frente al ‘edadismo’. Para quienes aún no lo sepan, el ‘edadismo’ es el acto de discriminar por la edad, es el concepto de creer que solo cuando se es joven se es mejor y se es más creativo, y que hay ciertas cosas que solo “se le ven bien” a la juventud.
En el video, Honoré habla sobre esta realidad universal que está fundamentalmente basada en mentiras, pues para nadie es un secreto que tanto las instituciones cómo la sociedad misma se han ‘comido el cuento’ de que únicamente en los jóvenes es dónde está el conocimiento, y esta noción ficticia ha llevado a una cantidad de consecuencias serias.
Una de esas consecuencias es la de encontrarse con falta de oportunidades. Hay lugares en el que no contratan personal después de cierta edad, lugares dónde la cultura está ligada a venerar a los jóvenes, y lugares dónde con la excusa de que están buscando ‘frescura’ y ‘rapidez’ (sinónimos bonitos para ‘mano de obra barata’), terminan dejando a un lado a una gran parte de la población que tiene la experiencia para hacerlo quizás mucho mejor.
Sin embargo, la gente no miente con la edad únicamente en las aplicaciones de empleo, ya que esta problemática también se encuentra presente en nuestro día a día. Según lo recalcó el escritor, los estereotipos frente a lo que ‘está bien para la edad’ ha hecho que vivamos en un constante miedo a ser ridiculizados, y ese temor irracional, ha generado que las personas dejemos de vivir el presente, por estar constantemente añorando el pasado.
Una ropa ‘acorde a la edad’. Un corte de pelo ‘acorde a la edad’. Un hobby ‘acorde a la edad’. Como si sumar años significara ‘morir lentamente’. Y lo peor de todo, es que esta discriminación la sufren principalmente las mujeres, ya que la presión social a ‘no dejarnos vencer por la edad’ se ha convertido en toda una industria multimillonaria. Vernos más jóvenes se ha convertido en una ‘forma de mostrar éxito’, y aunque soy de las que estoy de acuerdo con que uno se debe cuidar con la alimentación, que hay que tomar agua, que hay que intentar dormir al menos siete horas, y que hacerse cirugías plásticas o recurrir a ‘una que otra ‘ayudita’, no tiene nada de malo, estoy en desacuerdo sobre tenerle pavor a envejecer. Hay que hacer las cosas porque nos hace sentir bien, por dentro y por fuera, pero no porque de lo contrario, ‘se nos vaya a caer el mundo encima’.
La falacia sobre la que está basada ‘el culto a la juventud’ ha hecho que no ‘abracemos la edad’ como lo deberíamos hacer, y que no podamos caminar hacia el futuro con tranquilidad. Sobre todo porque el estereotipo de que ‘solo cuando se es joven se es feliz’, es, según Honoré, completamente erróneo. Su investigación arrojó que no solo el ‘tiempo y la experiencia’ hacen que una persona sea más creativa para la gran mayoría de cosas (descartando completamente eso de que solo el joven puede ser creativo), sino que acercándose al ‘último tramo’ de la vida, en muchas culturas y en muchos países, se es más feliz. Las personas más felices son las que tienen más de 55 años.
Escribo esta columna porque a pesar de que no he llegado al ‘tercer piso’, tengo que aceptar que ya me ha empezado a invadir este sentimiento incomprensible de que ‘se me está acabando el tiempo’, y ya me ha sucedido que a veces no sé si ‘estaré muy vieja’ para esto o para esto otro.
Pero el cuento es que en realidad, preocuparnos por agotar el tiempo, solo hace que lo malgastemos. Y solo impide que seamos felices en los años que sigamos cumpliendo.
Porque en realidad, no es ‘un día menos’, sino ‘un día más’.