El jueves pasado se celebró en el mundo el ‘día del médico’ y, como nunca, en redes sociales se volvió tendencia hablar de su imprescindible labor. Si ha habido algo que nos ha demostrado el 2020, es que sí hay niveles de importancia en las profesiones. No nos digamos mentiras ni intentemos defendernos, pues cuando literalmente se esté acabando el mundo, sobraremos muchos, y nos harán falta millones de ellos. Es cuestión de lógica. Si no hay nada más preciado que la salud, entonces no hay nada más preciado que quienes nos la cuidan. Punto.
Pero en Colombia pareciera que fuese todo lo contrario, como suele suceder con tantas cosas en este país. Aquí a los médicos los tratamos como si su vocación fuese cualquier ‘vaina’, como si nuestras vidas no estuviesen en sus manos, y como si fuesen completamente reemplazables. Tal vez por eso me resulta un poco cínico que hablemos tanto de celebrar a los médicos, cuando lo que realmente deberíamos estar haciendo es tratar de cambiar las reglas del juego.
Mi abuelo fue médico general y mi tío es oftalmólogo, pero para nadie es un secreto que les tocaron dos caras completamente distintas de esta profesión. Mientras el primero pudo vivir tranquilamente de la carrera que escogió, el segundo tuvo que encontrar otras formas de ganarse la vida para complementar lo que hace por pasión.
De repente se convirtió en un martirio que le pagaran a tiempo su trabajo, y que le dieran verdadero valor a lo que hace. De repente los años y años de estudios, y por ende, la inversión tan grande que eso representa, no eran suficiente para recibir un pago digno. De repente, ser médico se volvió sinónimo de desagradecimiento.
Quizás por eso tantos en mi familia lucharon para que ninguno de mis primos si quiera se interesara por estudiar medicina. Que eso no. Que eran casi quince años de estudios (entre pregrado, rural, internado, especialización etc.), para salir, en la mayoría de casos, a ganar menos que lo que gana honradamente un conductor de taxi. Que las clínicas y las EPS podían durar hasta un año en darles la remuneración de lo que ya había sido trabajado. Y que nadie agradecía como se debía agradecer, los sacrificios tan grandes que le tocan hacer a nuestros doctores.
Sin embargo, como dicen por ahí, ‘al que no quiere caldo le dan dos tazas’, y fue mi primo hermano mayor, el primer nieto de mi abuela materna, el que luego de darle una oportunidad a la Administración de Empresas, decidió que lo suyo era la Medicina. Esa era su vocación, ese ha sido su motor de vida y la ironía más grande, es que resultó ser uno de los más talentosos en el campo.
Pero he visto con mis propios ojos lo que al Doctor Mauricio Alviar le ha tocado batallar para llegar donde está hoy. Sacrificios, injusticias, luchas contra el sistema, horas y horas de trabajo mal pagado, y tener que prestar plata para poder llegar a fin de mes. Lo más triste de todo, es que sé que él no ha sido el único, y que la historia se repite para miles de médicos en la nación.
Es por esto que invito a que celebremos a los médicos de Colombia de una manera distinta, sobre todo a los que tienen el poder de tomar decisiones en esta nación. Celebrémoslos acabando con las clínicas que tienen el descaro de no pagarles a sus empleados, celebrémoslos protegiéndolos de las amenazas, celebrémoslos velando por ellos.
Porque de nada sirve decir ‘gracias’, cuando las acciones indican todo lo contrario.