Comienzo esta columna dejando claro que personalmente no conozco a Alejandra Azcárate, no conozco a su esposo, no conozco a su familia, y quizás las únicas veces que la he visto en persona ha sido en un escenario, pues como muchos fui de esos colombianos que disfrutó de su formato de comedia en vivo, en donde hablando sobre la cotidianidad, el matrimonio y el amor bastantes risas logró sacar en mí.
De la Azcárate conozco lo que nos muestra, pues hago parte de sus más de cuatro millones de seguidores en Twitter, y de sus más de tres millones de seguidores en Instagram. Y la verdad es que la sigo porque me gusta su desparpajo, su sinceridad al responder, su forma de ser sin filtros en un mundo donde todos los usan, y su sentido del humor.
Sin embargo, una mujer como ella, que sin tapujos dice las cosas en una época en la que ni los errores ni los malentendidos son capaces de ser borrados completamente, y que pareciera tenerlo todo (una belleza invencible ante el tiempo y un éxito que como la espuma solo crece) debe tener millones de detractores. Gente que sin conocerla, o quizás algunos también porque la conocen, la detestan.
Y la cosa es que los sentimientos como el amor y el odio son un verdadero canal de discapacidad. Cuando es intenso es capaz de nublar nuestra razón, y es capaz de hacernos ciegos y sordos.
El odio que genera Alejandra Azcárate, el odio que hay por lo que representa para algunos, y el odio (quizás también ganado) que inspira en quienes sienten que su humor ya no está apto para el público de hoy, en esta semana nubló la razón de muchos, pues ni siquiera pudieron pasar más allá de un titular amarillista.
Lo que presuntamente le sucedió a Alejandra Azcárate y a su esposo con el avión privado es algo que, guardadas las proporciones, le pudo haber pasado a cualquiera. Quitemos de la ecuación el hecho de que fue un avión (algo a lo que pocos en el mundo pueden tener acceso), y reemplacémoslo por una moto. Si tienes una moto, y tú le prestas esa moto a alguien, y con esa moto se comete un crimen, ¿eres culpable del crimen?
Si la historia es así como lo indica la investigación (hasta el momento todo indica que así lo es, pero en caso contrario, aclaro que mi opinión sería totalmente distinta), y el avión privado era un préstamo, entonces Alejandra Azcárate y su esposo son, muy a pesar de quienes ya hicieron su juicio en redes, víctimas de esta historia. Pero por ser ella, ella, por lo que ha despertado en muchos por años, la comparan con el mismísimo Pablo Escobar.
Y sí, al escoger ser público uno está expuesto. Los anónimos se equivocan y no pasa nada, pero el que ha escogido una vida ante las cámaras es acribillado por ellos. Pero en este caso, el error que presuntamente cometieron tanto ella como su esposo al confiarse y no verificar los hace imprudentes, pero no los hace delincuentes.
Y entre una cosa y la otra, hay bastante diferencia.