Imagínate ser mujer en Afganistán. Imagínate por un momento tener que despertarte en un lugar en el que de repente tu vida ya no valga nada. Imagínate pensar que tu supervivencia dependa de la capacidad que poseas para despojarte de todo lo que te hace a ti quién eres.

Veo las imágenes que han sido compartidas por millones de personas, e intento imaginarme un mundo así, y lo veo tan lejano que me parece una locura que habitemos el mismo planeta. Es increíble que en pleno 2021, a tantas mujeres hoy se les sean negados sus derechos más básicos. No pueden asomarse a un balcón, no pueden salir sin la autorización escrita de un hombre, no pueden pintarse las uñas, no pueden usar maquillaje, no pueden ir a la universidad, no pueden ser fotografiadas, no pueden trabajar, y no pueden ser vistas. Siempre cubiertas por imposición, y siempre esclavas sin ninguna opción.

Este odio desenfrenado hacia la mujer, y de paso, la explotación sexual a la que son sometidos niños pequeños desde temprana edad (y que cínicamente intentan disfrazar como parte de los ‘deseos de Dios’), deja claro que el fanatismo, es especial el religioso, es sumamente peligroso.

Y es que en el nombre de Dios, muchos han cometido crímenes que nada tienen que ver con Él. Guerras, sangre, violaciones, explotación y odio. Se esconden detrás de libros escritos por hombres errados, y excusan sus comportamientos depravados en esos pensamientos milenarios. Y en el nombre de Dios, hoy siguen poniendo a la mujer en una categoría de ciudadana de segunda. O inclusive, menos que eso.

Lo peor de todo es que lo único que podemos hacer las mujeres y hombres que vemos desde la barrera este desastre, es compartir información, es no ‘dejar el tema morir’, es tratar de que siga siendo ‘tendencia’, para que de alguna manera los ojos del mundo sigan puestos en un lugar dónde la ley como la conocemos, simplemente no existe.

En una de las tantas entrevistas hechas a mujeres que habían logrado escapar al horror inminente, muchas hablaban entre llantos acerca de la realidad: “el mundo se ha olvidado de nosotros. Mis amigos van a morir. Las mujeres van a morir. Las niñas serán vendidas. Y mientras tanto, la gente se olvidó de nosotros”.

Por eso es que a pesar de las rutinas, y el afán del día a día, no podemos dejar de hablar de su causa, ni podemos olvidarnos de que adentro se quedaron hijas, madres, abuelas, hermanas y mujeres que todo tienen que perder.

Porqué en este punto, cuando ya han sido abandonados a la merced de la suerte, cuando ya han quedado encerrados sin poder salir, cuando ya no hay quien esté dispuesto a defenderlos, lo único que podemos hacer es precisamente seguir contando que allá en el Medio Oriente hay mujeres que dejaron de ser personas.