Vivir en un país como Colombia es vivir acostumbrado a la inseguridad. Nos acostumbramos a no sacar el celular en la calle, porque no hay que ‘dar papaya’. Nos acostumbramos a no traer joyas encima, porque ‘no hay que dar papaya’. Nos acostumbramos a no salir tan ‘destapadas’, porque no hay que ‘dar papaya’. Y nos acostumbramos a no manejar o tomar transporte público solas porque, nuevamente, ‘no se puede estar dando tanta papaya’.
Y sí, de esto yo he hablado antes, pero la ‘atracadera’ está tan fuerte últimamente, y los hurtos se están incrementando cada vez más, en más y más zonas del país, que ya ‘la papaya’ está ‘puesta’ hasta en las situaciones más absurdas. A este punto, ya todos tenemos un familiar, un amigo, un conocido o hasta una experiencia propia de atraco reciente, y casi siempre la historia es la misma. Una moto, dos hombres, una pistola, y en absolutamente todas las circunstancias. En un restaurante, en una peluquería, en la calle, o hasta saliendo de la propia casa, ¡ya nadie siente que está a salvo en ninguna parte!
Lo peor de todo es que la raíz del problema recae en la falta de autoridad y en la ingobernabilidad en la que nos encontramos en todas partes del país, pues a tal punto hemos llegado con este problema de percepción (dónde todo el mundo cree que las instituciones están absolutamente corrompidas), y con este gravísimo problema de justicia (y la enorme inutilidad y corrupción que hay en ella), que hasta cuando está la Policía presente, ‘no se hace nada’ para evitar el robo, porque ‘después los acusan de ir en contra de los derechos humanos del ladrón’.
Esto último no me lo estoy inventando, esto último hace parte de la reciente anécdota de una amiga muy cercana a la que en esta semana la atracaron con el mismo ‘modus operandi’ de siempre. Lo que cambió esta vez fue el hecho de que durante el incidente, se da cuenta que hay dos policías muy cerca viéndolo todo sin actuar. Cuando termina de ser atracada, se dirige hacia los policías y les reclama que por qué no hicieron nada, a lo que ellos, con cara de resignación, le responden lo siguiente: que tienen las ‘manos atadas’ porque luego los juzgan a ellos, que si atrapan a los criminales, a las cuatro horas los están soltando, y que tienen que coger al mismo ladrón unas 12 veces para este sea encarcelado. Mejor dicho, estamos a merced de los delincuentes.
Y estamos a merced de ellos porque aquí no hay respeto a la autoridad. Los bandidos lo saben, y las víctimas somos todos nosotros. Mujeres, hombres, niños, adultos mayores de todos los estratos sociales, y en todas las ciudades principales y medias del país, ¡absolutamente nadie está exento! Y lo más triste de todo, es que no sé qué es lo que tiene que pasar para que esta ola de delincuencia se acabe de una vez por todas.
Porque pasamos de la esperanza de ser vacunados contra el covid, a la pesadilla de ser ‘vacunados’ por los atracadores.
Cipote vaina...