Todos siempre sentimos que los problemas propios son más grandes que los de cualquier otro. Es por esto que por más que lo intentemos, y nos pongamos la tarea de pensar en otros que ‘la estén pasando peor’, el hecho de que lo vivamos en carne propia, hace que a veces sea casi imposible dejar de creer que los obstáculos que nos tocaron, son los peores.

Durante muchos años de mi vida genuinamente creí que mis batallas eran demasiado grandes para soportarlas, y que una de sus inevitables consecuencias, me había ‘acabado’ la vida. Para nadie que me sigue en mis redes sociales, o que me lee, es un secreto que perdí más del 80% de mi pelo por cuenta de un desorden alimenticio que me ‘atormentó’ por una década, y aunque hoy hablo con tranquilidad del tema, no fue ese el caso por mucho tiempo.

Me escondía detrás de extensiones, me sentía insegura cada vez que alguien me miraba de frente porque sentía que ‘se iba a notar’, me costaba tomarme fotos con una cámara que no fuese la mía, me avergonzaba de tener que estar usando prótesis capilares en mis ‘veintes’, y lo peor de todo, me olvidé de vivir. A veces me pongo a pensar en las tantas cosas que dejé de hacer ‘por un pelo’, y me parece estar hablando de alguien ajeno a mí. Porque indiscutiblemente, la mujer que soy hoy jamás dejaría de meterse al mar, ni rechazaría invitaciones que incluyen una piscina por una simple extensión, pero hace unos años, la historia era otra.

Y de eso se trata precisamente esta columna, de las cosas que dejamos de hacer por algo tan banal como lo físico, y de las veces que aplazamos el ‘ser feliz’ porque ‘todavía no estoy perfecta’ o ‘porque ya no me veo como antes’.

¿Y qué pasa si ya no te queda el jean que te quedaba hace unos años? ¿Y qué pasa si ya se te ven los años? ¿Y qué pasa si no te has ‘terminado de quitar los kilos’ del embarazo del hijo que ya camina? ¿Y qué pasa si se te cayó el pelo, te salieron estrías, y los granos de tu cara no se pueden tapar ya ni con maquillaje? ¿Vas a dejar de vivir por eso? Ponte el vestido de baño y ve a la playa, cómprate un jean más grande, sal con tus amigos y con la gente que te quiere, y trabaja en ti porque te hace sentir mejor a ti, no por querer ‘cumplir’ con lo que ‘se espera’ de ti. O peor aún, con lo que tú has decidido que estás obligada a esperar de ti misma.

Quizás habrá algunos que no entenderán mucho de lo que hablo (dichosos aquellos a los que no les enseñaron a tener tantas inseguridades, y por ende, no comprenden acerca de estos complejos), pero estas palabras están dirigidas a quien sí las necesita. Y a ti que lees esto, no te des tan duro, y enfócate en lo que tienes, no en lo que te hace falta (suena cliché, pero es lo más valioso que he aprendido en todos mis años).

Porque cuando empiezas a pensar en lo que está junto a ti, dejas de añorar lo que se fue. Porque lo superficial no puede tener el poder de llegar a lo profundo. Porque se puede caer todo mi pelo, pero no por eso me voy a caer yo.