Sé que hay una frase célebre que dice que ‘todo tiempo pasado fue mejor’, sé que el ser humano está condicionado a recordar lo que ya pasó de mejor manera que el presente, y sé que, por ende, tiende a añorar que el futuro se parezca así sea un poco a ‘como solían ser antes las cosas’, pero creo que nunca lo había sentido con tantas ganas.
Es cierto que la globalización ha traído muchos beneficios para la humanidad, pues antes que cualquier cosa, nos ha permitido tener la oportunidad de conocerlo, de conocer distintas culturas, de tener al alcance cosas que antes solían ser el lujo de pocos (para los colombianos, las manzanas eran exóticas, y para los noruegos, el mango era una rareza, por poner unos ejemplos), de poder ayudarnos los unos a los otros de distintas maneras, y de tener las herramientas que nos permiten soñar con muchas posibilidades. Más sin embargo, también ha traído sus desgracias. Y en este momento, nos pasan factura.
Por un lado tenemos la pandemia. Una clara muestra de lo ‘peligroso’ que puede llegar a ser estar tan conectados. El covid frenó las vidas de todos por casi un año, alteró nuestras decisiones y planes por casi dos, transformó las dinámicas sociales para siempre, y le dio un durísimo golpe a la economía global. No solo murió mucha gente, sino que muchos lo perdieron todo para siempre, y unos tantos pasaron demasiada hambre.
Si el mundo no se hubiera vuelto tan pequeño, jamás nos hubiera terminado afectando que un hombre en Wuhan se enfermara por comerse un murciélago. Pero estamos tan interconectados, que literalmente, los movimientos de todos, nos afectan a todos. Y por esa razón, todo el tiempo estamos todos en riesgo.
Pero no solo es un tema de salud pública, sino también de la egolatría de algunos. Es increíble que en este preciso momento, el ego y la sed de poder de unos cuántos, tenga en vilo a toda la humanidad, pues aunque se sienta lejos, el hecho de que Rusia invada Ucrania, nos puede llegar a terminar afectando a cada uno de nosotros.
Esto va mucho más allá de que nos cause horror ver las imágenes de lo que está sucediendo, esto no se trata de solo de sentir empatía por la situación de los ucranianos, esto es una posible guerra entre potencias mundiales de la que indudablemente cada país sentirá el coletazo. Y en un mundo que apenas sale de una pandemia, que apenas se está levantando del golpe de dos años duros desde cualquier punto de vista, lo último que necesita es una guerra.
Por eso hoy, como nunca, desearía no sentirme tan chiquita, tan impotente, como si fuera un grano de arena, que ve como unos dominan las riendas del planeta, mientras la gran mayoría solo nos convertimos en espectadores. Por eso hoy, como nunca, desearía que el mundo volviera a ser grande. Por eso hoy, como nunca, desearía volver al pasado, dónde todo quizás era más simple.