En octubre del 2017 nació un movimiento que cambió el mundo como solíamos conocerlo, y gracias a la magia de las redes sociales, miles de mujeres que habían sido víctimas de acoso y de abuso sexual, y que jamás habían tenido el coraje para poder contar sus historias, pues hasta ese entonces, no pensaban si quiera que tenían la oportunidad de que el mundo las escuchara, dieron un paso al frente para señalar con nombre propio a su abusador.
Debido a una investigación por acoso y abuso sexual que se le estaba haciendo en ese instante a Harvey Weinsten, el anteriormente exitoso productor de cine estadounidense, quien durante años fue uno de los encargados de impulsar o frenar las carreras de decenas de actrices de acuerdo a cómo éstas respondieran a sus insinuaciones, se empezó a promover a través de la red social Twitter, a que las mujeres que también habían sido víctimas de acoso o abuso, contaran su historia con el hashtag ‘me too’.
En tan solo pocos días, ya eran más de medio millón de tweets con el #MeToo, y desde todas partes del mundo, valientes mujeres, e inclusive varios hombres (sobre todo aquellos pertenecientes a la comunidad LGBTIQ) se atrevieron a contar su dolorosa experiencia. Fue así como el mundo se dio cuenta de que esto era una verdadera epidemia. Estaba tan normalizado el acoso, tanto en colegios, como en universidades, como en empresas, como en relaciones, que muchas veces una gran cantidad de mujeres no sabían si quiera darle nombre a lo que estaban viviendo. La olla podrida se había destapado, y todo se estaba desbordando.
Y aunque hasta el momento el movimiento ha sido en su mayoría positivo para la lucha feminista, ayudando a millones a sanar y a obtener justicia, en esta semana el mundo se dio cuenta de que siempre hay unos ‘micos’ que se cuelan, y que esto también es profundamente peligroso.
El caso de Amber Heard y Johnny Depp lo cambió todo, y es hora de que también le pongamos un freno a lo que ha venido pasando desde hace ya casi cinco años: la palabra de una mujer es válida, y necesita ser profundamente tomada en cuenta, necesita ser escuchada, y necesita tener el apoyo que durante cientos de años no tuvo, pero al mismo tiempo, no podemos olvidar que todo el mundo es inocente hasta que se pruebe lo contrario, y que todo el mundo tiene derecho a defenderse, antes de ser condenado.
Y es que a Johnny Depp, como quizás hoy en día nos atrevemos a pensar que le pudo haber sucedido a muchos otros también, la sociedad le hizo precisamente eso: lo condenó antes de que pudiera defender su nombre, antes de que pudiera probar su inocencia, y antes de que pudiera alzar su voz para contar su lado de la historia. No le permitimos hablar, y su carrera, su familia y su reputación, en un abrir y cerrar de ojos, fue profundamente afectada durante seis largos años.
Hay que decir las cosas como son. Amber Heard se aprovechó de la coyuntura, y se ‘montó al tren del ‘me too’’, al que luego de este juicio vemos que claramente no pertenecía, para dañar la honra de Depp, y solo con su palabra, nos bastó para tacharlo de abusador. Perdió casi todos sus contratos laborales, sus hijos y su familia sufrieron las grandes consecuencias que conlleva tener esta mancha, y de la noche a la mañana, el reconocido actor pasó de ser un ídolo a convertirse en un monstruo. Y simplemente no es justo.
Es una tristeza que casos como el de Heard empañen este movimiento que tanto bien ha hecho, pero también es una oportunidad para analizar con cabeza fría lo que también está pasando. No podemos seguir creyéndonos jueces, y no podemos seguir acabando con personas y carreras, a los que ni siquiera les damos el beneficio de la duda.
Porque a pesar de que me cueste aceptarlo, debo confesar que también he hecho lo mismo, y llegó el momento de dejar de hacerlo. Y punto.