Para nadie es un secreto que la situación de inseguridad que se está viviendo en Barranquilla ha llegado a límites desbordantes. La ciudadanía se encuentra en un estado de terror absoluto, y ni los conductores, ni sus familiares, ni quienes utilizan el transporte público de la ciudad se sienten a salvo. La verdad sea dicha, nadie se puede sentir completamente a salvo.
Y esto por supuesto que no es un hecho aislado, no es delincuencia común, y es el resultado de lo mismo que se está viviendo en otras ciudades del país dónde las disidencias y los grupos armados al margen de la ley quieren intimidar a toda la población para lograr sus objetivos. Estamos en guerra, solo que se le llama a veces con otro nombre.
Por la cabeza de un policía se ofrecen 10 millones de pesos, y asesinar conductores como modo de extorsión se convirtió en el pan de cada día de esta ciudad, y el Ministro de Defensa, quien todavía está al mando, hizo poco o nada (hubo que rogarle para que viniera), y lo que hará el nuevo gobierno frente a este tema, todavía es un enigma. Estamos, como quien dice, a la merced de los bandidos.
Como lo he dicho antes, nuestra Colombia, tanto su pasado como su presente, está contada sobre matices de grises, dónde por supuesto hay muchas víctimas (unas han logrado tener voz, otras no tanto), y dónde hay muchísimos asesinos que a veces, muchas veces, se salen con la suya y luego posan como jefes de la moralidad.
Así las cosas, me preocupa como a muchos lo que aquí pueda pasar. Me preocupa porque siento que esto es más grande que la Alcaldía y que la policía local, me preocupa porque algunos no se han percatado que lo que antes pasaba en las zonas rurales, ahora está pasando en las ciudades, y no entiendo por qué tantos le llaman a esto ‘ajustes de cuentas’ cuando en realidad, es supremamente mucho más profundo que eso, y me preocupa porque no podemos seguir viviendo en un país que se le arrodille a los sicarios. Porque eso es lo que son: sicarios a sueldo que quieren presionar con miedo para que aquí se sigan tomando decisiones a su conveniencia.
Los conductores merecen poder trabajar sin sentir que van a perder su vida por hacerlo, los dueños de los negocios honrados merecen poder progresar sin tener que pagarle a un delincuente para poder hacerlo, y este país merece que se vuelva a instaurar el orden y la seguridad que es lo mínimo que merecemos los habitantes de una nación.
PD: No tiene nada que ver con esta columna, pero quiero que sepan que desde hace un buen tiempo aprendí a poner en práctica una de las claves del éxito en esta vida. Desde que aprendí que si bien no podemos controlar lo que otros puedan pensar u opinar sobre uno mismo, pero que, por el contrario, todos sí tenemos el poder absoluto de escoger a quién dejamos entrar a nuestro espacio y nuestro universo, mi mundo cambió, y quizás pueda cambiar el tuyo también. Todos tenemos una voz, pero también, todos podemos elegir quién es voz, y qué es ruido. Y las voces se escuchan, pero el ruido, ese que no lleva las conversaciones a ninguna parte y está basado sobre el odio, el resentimiento, y la peligrosa costumbre de ‘asumir lo peor’, se silencia. Y una vez se silencia, es incapaz de tener ningún poder sobre ti. No puede desenfocarte, no puede destruirte, no puede desestabilizarte y no puede lograr que dejes de vibrar alto. Porque solo tú puedes darle poder a una voz, y solo tú puedes hacer que una voz se convierta en ruido, y eventualmente, lograr que ese ruido se convierta en silencio.
Y punto final.