Dos imágenes tomadas en la protesta uribista expresan con claridad el fenómeno de Uribe. Ese fenómeno que lleva años destacándose en la realidad nacional. Más que un partido político e ideológico, es un movimiento que sigue a un líder. Y no está mal creer en las ideas de una persona y seguirla, el problema radica en el fanatismo que despierta en los ciudadanos. Creer ciegamente en un individuo. Ponerlo por encima del Estado Social de Derecho. Pensar que es un salvador o mesías.

Las dos imágenes que sobresalieron en la marcha uribista son protagonizadas por mujeres. En la primera, observamos a una señora vestida de monja, sosteniendo un megáfono y con anteojos oscuros. Parece que grita. Su rostro y corporalidad irradian sentimientos encontrados: entre odio, furia y desespero. Es una foto poderosa, que mezcla la religión y la política. El fanatismo como ingrediente favorito de los políticos autoritarios. Lo más increíble de esta foto es el resultado posterior, enterarnos de que la monja es una farsa. No hace parte de las Carmelitas Misioneras y al parecer es una timadora. ¿Por qué algunos seguidores de este movimiento repiten comportamientos indebidos, pero se las dan de faros morales?

La segunda imagen también mezcla lo religioso y lo político. Se ve a una señora con los ojos cerrados sosteniendo dos fotos, una en la que aparece un santo y en la otra el expresidentes Uribe. De nuevo, surgen matices de un fanatismo que nada tiene que ver con ideales políticos.

Es fácil ver que las dos imágenes expresan un fanatismo que roza el fervor religioso. Un comportamiento del que también han sido objeto varios caudillos, quienes actuaron con el aval del pueblo alienado en la incapacidad crítica. El dogma es el sustento de lo religioso. Dentro de él, sólo la fe marca la pauta para el pensamiento. Todo aquello que esté fuera del dogma, se descarta por inválido y contrario, por incoherente. Así, es común que sus seguidores, los partidarios de esa religiosidad sin límites, no acudan a la crítica de lo que siguen y defienden. La fe es la creencia, principalmente, la que no admite duda. Aunque sea más que obvio que la duda es la herramienta principal del pensamiento, el fanático se cierra sobre la comodidad de lo acrítico.

Los objetos de adoración alrededor de los cuales se reúnen los feligreses, suelen estar revestidos de lo bueno. Si no fuera de esa manera, no lograrían hacerse tan atractivos para las masas. Hay un principio moral en cualquiera que elija ser parte de los seguidores acríticos: el de negar argumentos racionales porque se consideran opuestos al halo de bondad inherente al objeto adorado. Nada es bueno por completo. Y el disfraz del caudillo es únicamente eso: otra piel, de oveja, que esconde un lobo. ¿Saben los fanáticos que hay allí un lobo? Lo saben. Pero para ellos es un lobo incapaz de comer la oveja.

La ceguera crítica se convierte, entonces, en el soporte de lo incuestionable. Esa idea moral que imposibilita la maldad, legitima toda acción hecha o por hacer. Cualquier argumento que avance desde lo racional, en procura de la verdad, será considerado por la masa de fanáticos como un ataque, una persecución, una violencia sin mérito; la materialización del “enemigo”. Y mientras se avale esta incapacidad de cuestionamiento, cualquier político puede actuar como quiera.

Seguir a un líder no es el problema. Ser religioso tampoco. El conflicto surge cuando quieren anteponer la religión frente al Estado Social de Derecho, cuando pretenden que un líder se convierta en Dios, se vuelva incontrovertible. ¿Acaso eso pasa en algunos sectores del uribismo? Las dos imágenes expuestas, hablan por sí solas.

@MariaMatusV

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