Han pasado 77 años desde el primer estudio para la implementación del metro en Bogotá. En 1942, el proyecto presentado era el metrocable. Alfonso López Pumarejo era el presidente de Colombia y Carlos Sáenz de Santamaría era el alcalde de Bogotá. Casi cien años después, todavía uno de los principales problemas de la capital es la movilidad. La calidad de vida es alterada por los profundos fallos en el sistema de transporte. Enrique Peñalosa le hizo conejo a la ciudad en su primera alcaldía. También pretende hacerlo ahora.

En 1998, Ernesto Samper era presidente y Enrique Peñalosa era alcalde. En aquel momento, se firmó un acuerdo de voluntades para la construcción del metro subterráneo. Si el acuerdo se hubiera respetado, hoy la segunda línea del metro estaría a punto de ser terminada. Más de 45 000 pasajeros por hora sentido disfrutarían el servicio. Peñalosa no cumplió lo pactado. Convenció al Gobierno de Pastrana de desistir del metro, de comprometer esos recursos para la construcción de más troncales de Transmilenio. Nos hicieron creer que el metro no era la solución, así que el adefesio de Transmilenio fue la opción que impusieron. Omitieron que era lo que les convenía a ellos, al sector privado y a la misma élite de siempre, pero que sabotearía por otros veinte años la dignidad humana. Nos dejaron una ciudad insostenible. El metro subterráneo sería una realidad en pleno 2019. Debatiríamos otros temas. Y aquí estamos, 77 años después, enfrentados al mismo problema.

La memoria no es una cualidad que caracterice a los colombianos. Los políticos viven fascinados con tanta indolencia. Les funcionan sus discursos vacíos y sus promesas ilusorias porque nadie recuerda. La conciencia electoral es fundamental. Infortunadamente, esta contienda ha sido complicada. De los cuatro candidatos que se disputan la alcaldía de Bogotá, ninguno logra conquistar a la mayoría de ciudadanos. Miguel Uribe y Carlos Fernando Galán cuentan con el respaldo de la política tradicional, del uribismo y de los grupos económicos del país. Representan a la derecha y sus planes de gobierno continuarían el proyecto de Peñalosa.

Claudia López ha luchado por causas justas y es una líder esencial en el panorama político nacional. El tema es que su plan de gobierno se asemeja al de sus dos compañeros de derecha. También está cerca al proyecto de ciudad de Peñalosa. Defiende ciertas causas, aunque se contradice y admite lo inaceptable. Por su parte, Hollman Morris es el único candidato que realmente propone un proyecto de ciudad diferente. Sin embargo, a pesar de haber sido un gran concejal, de conocer muy bien la capital, no es el líder ideal para representar el progresismo.

Todos los candidatos tienen fallas significativas y ninguno es el líder que se esperaría en esta etapa decisiva. El metro elevado no cuenta con estudios suficientes para su precipitada construcción. Es un proyecto que nos sentencia a otros treinta años de atraso. Nada tiene que ver con el metro subterráneo que ya tiene estudios o con aquel que se acordó en el Gobierno de Samper. Un metro que hacía parte de un sistema integral de transporte, que resolvía el tema de movilidad y beneficiaba a millones de usuarios. Este nuevo conejo de Peñalosa es peor al primer conejo de Transmilenio. Apoyar este proyecto es castigar a los habitantes de Bogotá a una vida indigna. Y como afirmó Ernesto Samper en una reciente columna: “Los mismos argumentos de imprevisión técnica, falta de diseños, desfinanciación y daños ambientales y urbanísticos, que han sido tenidos en cuenta para evitar el crimen urbanístico del TransMilenio por la 7.ª, deberían ser ahora tenidos en cuenta para evitar la adjudicación precipitada del ‘transmimetro’ de Peñalosa”. Claro que se puede evitar ese conejo, cuya probabilidad de terminar en un desastre peor que el de Hidroituango es altísima.

Es relevante insistir en el tema del metro. Quienes demeritan la discusión y manifiestan que la urgencia es hacer el metro elevado y continuar lo que quedó listo del gobierno anterior, están muy equivocados. Peñalosa y sus aliados nos sometieron a Transmilenio y ahora quieren hacerlo con el minimetro elevado sin estudios. Esta contienda no se limita a ideales políticos, individuos o simpatías. El programa que se acerque a un futuro medianamente digno es prioridad. No obstante, insistimos en cometer los mismos errores electores. En no ponernos en los zapatos del otro.

Tener un sistema de transporte decente es lo mínimo que puede ofrecer una capital con más de diez millones de habitantes. Es inaudito que una persona que vive en Ciudad Bolívar, trabaje en el norte de la ciudad porque no tiene otra opción, tarde tres horas o más para llegar a su lugar de destino. Que tenga que tomar bus, alimentador y Transmilenio. Que pase más de un tercio de su vida movilizándose, porque este país es tan indigno que no es capaz de anteponer los derechos fundamentales; persiste en pisotear a los más pobres. Entonces, el tema de movilidad es más complejo que el afán por tener un metro superficial. Es prioridad porque afecta la vida de millones de personas, estanca el progreso y perpetúa la desigualdad. Además, no cuenta con garantías ambientales, de diseño ni técnicas.

Si Bogotá es la ciudad más libre para votar, la más progresista, y termina por aceptar un proyecto insostenible que va en detrimento del bienestar de sus habitantes, ¿qué podemos esperar para las demás regiones del país?

No me convence ningún candidato. Pero defiendo el proyecto de ciudad más digno para todos.

@MariaMatusV