“No podíamos entender de quién éramos tan enemigos, habiendo vivido sin robar ni matar. No podíamos entender por qué y para qué nos tenían arrinconados. Ni mi amiga ni yo pudimos volver a entrar al Policarpa. Nos estaban buscando. Nos preguntábamos para qué nos buscaban, pero nadie nos daba razón. (…) eran muertos por todos lados. Por aquí, por allá; todos teníamos a quién llorar, todos podíamos contar cómo quedó el cadáver de fulano, a qué hora fue que lo mataron y, lo más duro, todos sabíamos quiénes eran los asesinos y a nadie le podíamos contar porque nadie era autoridad para castigar. Eso eran tiroteos a cada rato y casi todos al amanecer. La gente cerraba la puerta hasta que la quemazón se calmaba y salía a saber cuántos y quiénes eran los muertos. A veces empezaban los tiros a las cinco de la mañana, se calmaban cuando salía el sol y otra vez por la tarde o por la noche volvían a comenzar. Se oía una quemadera tan tremenda que uno pensaba que estaban acabando con el mundo, aunque eran más los tiros que los muertos; pero eso sí, bien matados”. Desterrados, Crónicas del desarraigo. Alfredo Molano.
Las crónicas de Molano contaron la historia de la Colombia profunda y olvidada. Su obra es eco de la violencia y fotocopia de la crueldad; la voz de quienes no tienen voz. Aunque han pasado varios años desde la publicación de sus textos más conocidos, la barbarie continúa imponiéndose en la realidad nacional. Cualquier pedacito de “Desterrados” o de “Los años del tropel” es tan actual que aterra.
Si llevamos tanto tiempo en este loop violento, ¿por qué dejamos escapar la paz? Fracasamos en el intento. Varios procesos fallidos. Un Acuerdo que iniciaba el cambio, que daba un suspiro de esperanza, que prometía un futuro menos sangriento. Las noticias que llegan a la ciudad son la suma de más víctimas, de más muertos. Esa Colombia olvidada sigue abandonada por el Estado, sigue perdida en el horror. Las crónicas de Molano nos recuerdan esa condena al pasado, a la guerra.
Entraron a un espacio de reincorporación y asesinaron a Alexander Parra, exguerrillero que estaba comprometido con el Acuerdo. Se encontraba en el Espacio Territorial y de Reincorporación (ETCR) Mariana Páez de Mesetas, que cuenta con varios anillos de seguridad. Se supone que la Policía y el Ejército vigilan las zonas de reincorporación, pero al parecer están desprotegidas. Los excombatientes y la comunidad cercana a el ETCR Mariana Páez están preocupados. Han realizado diferentes denuncias a la Fuerza Pública y no hay respuestas concretas. Los encapuchados armados rodean el sector y despiertan miedo. La indefensión de los habitantes es un llamado de urgencia para que se vigile el espacio. El Acuerdo lo están volviendo trizas. Se cometen los mismos errores de los procesos de paz pasados. No se respeta la vida.
También fue noticia la masacre de Tacueyó, en Toribío, Cauca. Están asesinando a los indígenas. Los conflictos territoriales, el narcotráfico, la restitución de tierras y la explotación de los recursos naturales aún son motivo de persecución, una amenaza de muerte en las regiones del país. En pleno 2019, la tierra continúa siendo uno de los principales motores de la violencia. Y las consecuencias las pagan inocentes.
Las frases de Molano son vigentes. El conflicto armado que retrató persiste. A pesar del Acuerdo, a pesar de los intentos… “eran muertos por todos lados. Por aquí, por allá”. Y sí, siguen los muertos. Sigue el dolor. Pero lo importante es no polarizar.
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